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sábado, 4 de julio de 2015

CAPÍTULO 28



No tenía ni idea de adónde iba. Caminando sin rumbo por Hyde Park, ajena a todo lo que la rodeaba, quería morirse. El dolor que había empezado a sentir en el pecho en cuanto Nina había entrado en la acogedora salita de Candela se había hecho intolerable al escapar y, en aquel momento, era un dolor pulsátil y persistente de todo su cuerpo. No tenía claro qué le dolía más, si la deshonra que se había provocado a sí misma o el que Peter hubiese querido fugarse con su prometida aquel mismo día, precisamente. ¡Dios, el muy desgraciado no podía esperar a su boda! ¿Cómo podía haber sido tan tonta?

No vio a lord y a lady Fairlane hasta que casi los tuvo encima. Hizo un esfuerzo sobrehumano por sonreír y musitar un saludo. Lord Fairlane le respondió con un movimiento seco de cabeza; lady Fairlane fingió que no la había visto mientras pasaban de largo a toda prisa. Confundida por su comportamiento, Lali se detuvo y miró por encima del hombro a la pareja. «Esa gente te despedazará viva.» Recordó la advertencia de Máximo y contuvo un amargo sollozo. Una fulana, eso es lo que era. Una mujer de moral relajada, ordinaria como una tabernera.

Pero y él, ¿qué era? ¿Y las cosas que le había dicho, el entusiasmo con que le había hablado? «Solucionaré lo nuestro», le había dicho. ¡Maldito fuera! ¡Había querido decir algo completamente distinto a lo que ella había pensado! Sin duda se refería a algún piso coqueto en alguna parte... ¡y ella le había pedido que le hiciese el amor! Una vergüenza intensa se apoderó de ella. Se llevó las manos a las mejillas y se obligó a caminar. Bueno, bueno, a lo mejor se lo había pedido, pero había sido él quien lo había preparado todo para llevarla a la ópera. Había sido él quien le había dicho que la deseaba como nunca había deseado a nadie. Le había dicho muchas cosas dulces y tiernas, pero ni una sola vez había admitido que la amara. ¡Qué boba había sido de confundir su lujuria con amor!

Incapaz de contener un solo sollozo más, Lali se dejó caer en un banco y enterró la cara en las manos, asqueada al entender de pronto que lo que había ocurrido la noche anterior no había sido más que una fantasía. Su fantasía. ¿Qué demonios iba a hacer ahora?

El sol casi se había puesto cuando al fin alzó la cabeza. Sólo había un remedio plausible para su desolada situación. Debía alejarse lo máximo posible de Peter Lanzani. Irse lo más lejos posible de Londres. De Inglaterra, ya puestos.

Una vez tomada aquella decisión, se levantó y empezó a caminar despacio en dirección a Belford Square, donde Máximo había alquilado una casa.


Al conde no le gustaba el hombre descuidado que había contratado como mayordomo; al parecer, pasaba la mayor parte de su tiempo en las cocinas, con la criada. Estaba convencido de que la imposibilidad de contratar un buen servicio era la más molesta de las maldiciones de ser forastero. De no haber sido porque casualmente pasaba por la entrada en aquel momento, nadie se habría enterado de que llamaban con urgencia a la puerta. Refunfuñando en alemán, cruzó el vestíbulo y abrió.

Máximo hizo un aspaviento. Por su aspecto, desde los mechones de pelo oscuro sueltos en todas las direcciones al bajo del vestido manchado de la porquería de la calle, habría dicho que a Lali le habían dado una paliza. Empezó a hablar, pero no consiguió articular palabra. Alarmado, el hombre la cogió antes de que se desplomara en los escalones de entrada y la metió dentro.

—Liebchen, ¿qué ha ocurrido? —le preguntó desesperado, retirándole el pelo de la cara—. ¿Qué ha pasado?

—Máximo, tengo que hablar contigo —farfulló ella, limpiándose una lágrima de la mejilla con la mano temblorosa.

—No intentes hablar ahora —le dijo él, volviendo sin querer al alemán—. Deja que te traiga algo de beber. —La acompañó al gabinete principal y tiró furioso de la campana del servicio. Luego la sentó en un sofá y, nervioso, le cogió la mano. Apareció el mayordomo y los ojos se le pusieron como platos al ver a Lali.

—Oporto —bramó Máximo. Esperó a que se fuese el sirviente para preguntarle—: ¿Qué ha pasado?

Con los ojos llenos de lágrimas, Lali meneó la cabeza. Inspiró despacio, obviamente procurando recobrar la compostura.

—¡Dime! ¿Alguien te ha...?

—No —susurró ella.

—Entonces, ¿qué es? ¿Qué te ha ocurrido?

—Da igual —respondió ella, agitando la mano como para restarle importancia—. Máximo, he considerado tu generosa proposición. Y acepto.

Él hizo un aspaviento de sorpresa. Entró el mayordomo, cargado con una bandeja en la que llevaba una botella llena de oporto y vasos de cristal. Máximo, impaciente, le hizo una seña para que la dejase encima de una mesa próxima y se marchara.

—No entiendo —dijo él, alargando la mano para tomar el oporto.

—Me casaré contigo —le comunicó ella sin entusiasmo, rechazando con la cabeza el vino que le ofrecía—. Pero... con dos condiciones.

—Adelante —concedió él tan sorprendido como receloso.

—La primera —dijo ella en alemán— es que me permitas viajar a Rosewood para arreglar unos asuntos... y despedirme. —Un sollozo mayor se le escapó de la garganta. Él hizo ademán de querer consolarla, pero ella meneó la cabeza, tragó saliva y continuó en un susurro—: Y la segunda es que me lleves a Baviera. —Alzó la mirada para evaluar la reacción de él.

Máximo no había visto nada más triste en su vida.

—¿Eso es todo? —preguntó con calma.

Ella asintió.

—¿Estás segura? Lali, ¿estás segura de verdad? Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas. Una lágrima solitaria se le deslizó despacio hasta la boca.

—Estoy muy segura.

Llevado por un impulso, Máximo la agarró y la envolvió en un abrazo protector. Le besó los labios salados e hizo una mueca cuando ella volvió a llorar. No le preguntó nada..., le había hecho una promesa e iba a cumplirla. No podía hacer otra cosa que acariciarle la cabeza, apoyada en su hombro mientras un río de dolor fluía de su cuerpo.

Al final, se bebió el oporto que él insistía en que tomara y, con calma, por no decir pesadumbre, repasó con él los preparativos.

Acordaron salir en cuanto Lali pudiera empaquetar algunas cosas. Máximo no estaba seguro de que ella pudiese viajar en el actual estado en que se encontraba, pero le insistió en que todo saldría bien.

Cuando la acompañó a casa, fue él quien les comunicó la noticia a los atónitos Bartolomé y Gastón. Gastón no dijo nada, pero no paraba de mirar a Lali, que, animosa, trataba de sonreírles. Su tío, como era lógico, se mostró decepcionado. Había puesto los ojos en el duque, pero Máximo sabía que aceptaría encantado su generosa dote. Incluso consintió pagar el alquiler de Russell Square hasta el final de la temporada social cuando Bartolomé se quejó de que justo entonces empezaba a divertirse. Complacido por aquella concesión, Bartolomé insistió en brindar por su último logro. Mientras el hijo de mala madre se reía de su hazaña de echarle el lazo a dos Bergen, el alemán miró a Gastón. Se fijó en su coñac intacto, en su boca herméticamente cerrada. Lali tenía el mismo aspecto que si la hubiesen condenado a muerte.

Máximo no tardó en marcharse, ansioso por alejarse del odioso lord Espósito.


El reloj de gárgola de la repisa de la chimenea dio las once. Desde el buró de su habitación, Lali lo miró y frunció el cejo. Volviendo al papel en blanco que tenía delante, se dio unos golpecitos con la pluma en la mejilla. Lo que tenía en mente sonaba infantil, pero no podía resistir la tentación de devolverle el golpe al muy sinvergüenza antes de partir. Le costaba; nunca se le había dado bien expresar sus sentimientos más íntimos, pero necesitaba que supiese el daño que le había hecho. Por insignificantes que unas cuantas palabras pudieran parecerle a Peter, a ella le proporcionaban la fortaleza que tanta falta le hacía en aquel momento.

Como era completamente incapaz de describir su absoluta desolación, mordisqueaba el extremo de la pluma mientras lo meditaba. Le había pedido a otra mujer que huyera con él tras haber encendido en ella una pasión ardiente que ni siquiera después de lo ocurrido era capaz de extinguir. Quería convertirla en su amante, no encontrar el modo de que los dos pudieran estar legítimamente juntos como ella, ingenua, había esperado. Nada podía consolarla, nada podía aliviar el dolor que él le había causado. Recordando de pronto un poema, mojó la pluma en el tintero y escribió de prisa.

Cuando yerra la mujer hermosa
y tarde descubre la traición del hombre,
qué ensalmo puede hacerla menos dolorosa,
qué hará que de su desliz se recobre.

Angustiada, leyó lo que había escrito. Las palabras, aunque claras, no lograban capturar su intenso dolor. Pensó en volver a intentarlo, pero, al mirar el reloj, cambió de opinión. A partir de aquella noche, tendría tiempo de sobra de pulir el arte de los reproches punzantes. Dejó la nota sin firmar, roció la tinta de arena y agitó el papel con impaciencia para que se secara antes de sellarlo con la cera de la vela.

Cogiendo con fuerza la nota, Lali salió sigilosamente de su habitación y bajó a la planta inferior, deteniéndose en el último peldaño para escuchar. Oyó voces procedentes de la salita y, levantándose las faldas, recorrió a toda prisa el pasillo en la dirección opuesta, casi derrapando al detenerse ante la puerta de Davis. Llamó apresuradamente y esperó, luego miró nerviosa por encima del hombro en dirección al pasillo principal, y volvió a llamar, impaciente. Oyó un leve rumor al otro lado de la puerta antes de que el mayordomo la abriera, visiblemente molesto.

—Visita —dijo ella, insolente, y le entregó la nota—. Por favor, llévala al 24 de Audley Street inmediatamente.

Davis escudriñó la nota que ella llevaba en la mano.

—Por favor, Davis, necesito que me hagas esto.

—Sutherland —leyó él en la nota, luego alzó la mirada y estudió a Lali detenidamente—. Demasiado tarde —espetó.

Lali se coló en seguida entre la hoja y el marco de la puerta para que no se la cerrase en las narices.

—Muy bien. No quería hacer esto, pero ahora estoy más que decidida a enviarle una carta a lord Dowling para contarle lo desagradable que has sido durante nuestra estancia aquí. No conozco bien a lord Dowling, pero estoy convencida de que no le gustará saber que uno de sus criados ha tratado de mala manera a una condesa. Aprecias tu puesto de trabajo, ¿verdad?

A juzgar por el modo en que frunció el gesto, sí. La miró furibundo, luego miró la nota que ella aún llevaba en la mano. Se la arrebató con un gruñido grave.

—24 de Audley Street —protestó, y le habría cerrado la puerta en el hombro si ella no se hubiese retirado de un salto.


Finch miró ceñudo al hombrecillo que le entregó la nota y bramó «Sutherland», luego dio media vuelta y se alejó de la puerta dando zapatazos. Lo último que necesitaba era llevarle a su excelencia más noticias, de la índole que fueran. El duque estaba de un humor excelente. Lo estaba desde la cena de bienvenida a casa organizada para lady Nina. Su excelencia, pasando por alto el protocolo, se había levantado de la mesa en plena cena para ir en busca de su mayordomo. Y lo había encontrado, sí señor, en el comedor del servicio, y lo había sacado de allí delante de todo el personal.

La segunda desgracia de Finch (la primera había sido que lo hubiese encontrado) fue ser quien le comunicara a su excelencia que el mensajero no había podido localizar a la condesa de Bergen en Vauxhall Gardens. El semblante del duque se había oscurecido peligrosamente cuando el sirviente le había asegurado que el mensajero había mirado una por una en todas las fuentes de los jardines, grandes y pequeñas por igual, pero no la había encontrado. Abochornado, le había devuelto la nota que debía habérsele entregado a ella y había visto cómo su excelencia la había hecho añicos y había vuelto airado al comedor.

Sólo Dios sabía qué noticias traería esa otra. Pero una cosa era segura, pensó el mayordomo mientras caminaba despacio hacia el estudio privado del duque, con la nota sobre la bandeja de plata que sostenía entre sus manos. A su excelencia no iba a gustarle.

Su excelencia protestó en cuanto Finch entró en la estancia.

—¿Qué es eso? —bramó.

—Ha llegado una nota, excelencia.

Gruñó y dejó el vaso de whisky con fuerza en la mesa.

—¿Qué hora es?

—Las doce y media de la noche.

El duque se frotó las sienes.

—Tráela —bufó, y dejó a un lado el libro que tenía sobre el regazo. El hombre le entregó con cuidado la nota y luego se retiró, cerrando las puertas con mucho cuidado.


Peter no tenía valor para leerla. Se paseaba por la estancia, con la nota en la mano, bien sujeta. No podría soportar que le recordaran el lío que había organizado, ni ser víctima de una nueva oleada de deseo. Respiró hondo, rompió el sello y examinó la página.

—¡Maldita sea! ¡¡Maldita sea!! —gritó al techo. No estaba firmada, pero sabía bien quién la había escrito. Cielo santo, ¿quién más citaba a los clásicos de la literatura inglesa? Retrocedió tambaleándose y se dejó caer en una silla. ¿Cómo había podido llegar a la conclusión de que la noche anterior era una mentira? ¿Cómo demonios podía considerarlo Lali una mentira? No era una mentira. ¡Maldita sea!

Dios, ¿qué había hecho?, se preguntó por enésima vez mientras una amarga desilusión le roía las entrañas. Al recordar de pronto la extraña premonición que había tenido la noche anterior de que ella se le escapaba de las manos, se dio cuenta de que la había perdido. Había perdido lo único que le había importado en toda su vida. Su mundo se derrumbaba a toda velocidad.

Miró el reloj: la una menos cuarto. No había nada que pudiese hacer a aquella hora, nada en absoluto. Salvo beber.

Continuará...

+10 >:( 

20 comentarios:

  1. Maaaas! Pobre lali :(

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  2. Y todo es su culpa!!!

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  3. Las personas no pueden decidir cosas cuando estan mal emocionalmente y lali lo esta haciendo

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  4. No nos puedes dejar asi

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  5. Mas mas mas mas mas mas mas mas mas

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  6. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  7. Y gaston ya se va a sentir mal después de que el la empujo

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  8. Destruido x su propia indecisión.
    Nina está jugando muy bien,mira la sonsa....

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  9. Me cuesta estar al día ,o al menos leer seguido ,una medicación me hace quedar dormida ,y no llego a mitad d escritura cuando lo tengo k dejar.

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  10. Yo k quería más, xk era mi aniversario ,y me metí en el día 4.

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  11. Pobre lali.. espero q cdo peter se arrepienta ella no lo perdone tan rapido.. ya q no dudo en dejarla a un lado

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  12. Nooo!!... como quiere que lali no crea que es una mentira Subi masss

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