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viernes, 3 de julio de 2015

CAPÍTULO 26



Peter firmó los últimos papeles que su secretario le había dejado, rematando con trazos firmes unas palabras que no había leído. Le daba igual, ya nada le importaba. Dios, había hecho exactamente lo que Gastón había temido que hiciese. Como un macho en celo, había puesto a Lali en una situación difícil de reparar, había arruinado la reputación de la única mujer a la que amaría de verdad en toda su vida. Además, había traicionado a Nina.

Nina.

Una punzada de arrepentimiento le recorrió la espalda. Ella no merecía aquello, aquella perfidia desmedida a apenas unas semanas de la llamada boda de la década. Soltó la pluma y cerró los ojos, procurando borrar de modo expeditivo los delicados rasgos de ella y su propio sentimiento de culpa.

No tuvo que mirar para saber que era Pablo el que entraba en la habitación sin anunciarse. Abrió los ojos y vio a su hermano pequeño delante de él, con la edición matinal de The Times bajo el brazo. La mirada grave de Pablo, por lo general rebosante de jovialidad, lo sorprendió. Éste se lo quedó mirando un buen rato, luego le preguntó a bocajarro:

—¿Qué demonios estás haciendo?

—Estoy revisando unos documentos —le contestó sin alterarse.

—Sabes muy bien a qué me refiero, Peter.

—No lo creo —respondió él con cautela.

—Entonces te lo voy a decir muy clarito. ¿Qué demonios es este cotilleo de las páginas de sociedad? ¿Por qué habla todo el mundo de cierto duque que asistió anoche a la ópera en compañía de cierta condesa?

Peter bufó, impaciente. Lo último que necesitaba en aquel momento era la indignación de Lali por un chisme insignificante.

—Por lo visto, no dejaste nada a la imaginación —prosiguió Pablo, tirándole el diario a la mesa precipitadamente—. Sobre todo cuando los se fueron, solos, y tía Paddy tuvo que volver a casa con la señora Clark, en lugar de acompañada por su sobrino favorito, que la había llevado al teatro. El pequeño espectáculo que organizaste sólo lo eclipsó el de Bergen. Al parecer, ¡se pasó la velada mirándolos con cara de tristeza a la condesa y a ti! —exclamó, y se dejó caer pesadamente en una de las sillas de cuero.

—Vaya, ¿ahora te crees toda la basura que lees, Pablo? —le preguntó Peter, cortante.

—Se comenta en toda la ciudad, Peter. ¿Es cierto? —inquirió su hermano, furioso.

El duque le dedicó una mirada acalorada.

—No es asunto tuyo, pero sí, la acompañé a la ópera, como acompañé a lady Fairlane la semana pasada cuando su marido estaba de viaje. ¿Qué tiene de malo?

—Esto es distinto, Peter. A diferencia de lady Fairlane, la condesa de Bergen no está casada con uno de tus mejores amigos. Saliste con ella mientras tu prometida está fuera asistiendo a su abuela moribunda. La noche en que acompañaste a lady Fairlane, ¡tu prometida también estaba presente! Y lady Fairlane, a pesar de todos sus encantos, no es hermosa. La condesa de Bergen es preciosa, un dato que se destaca en el diario, junto con la observación de que no debiste ver un solo acto de la condenada ópera, ¡porque no le quitabas los ojos de encima! —gritó Pablo, señalando furibundo el periódico que había dejado en el escritorio.

—¡Qué bobada! —murmuró Peter, indignado, apartando de un manotazo el periódico.

—¡Condenada bobada! ¿Qué hay de Nina? —inquirió Pablo a bocajarro.

—¿Qué demonios te pasa, Pablo? —quiso saber Peter, esforzándose por controlar su furia creciente—. Pensé que te divertían las emocionantes mentiras que escriben sobre mí. Ésta no es la primera vez que corre algún rumor.

—Esta es la primera vez que oigo comentarios nada halagadores de los conocidos que te vieron con ella. No me divierte oír especulaciones indecentes sobre tu paradero cuando trato de pasármelo bien en Harrison Green's. Supongo que me irrito un poco cuando se calumnia nuestro apellido. Pero dime que no ocurrió nada, Peter, y no diré una palabra más —insistió Pablo.

Peter miró fijamente a los ojos a su hermano y consideró la posibilidad de mentir. Pero nunca le había mentido, y era algo que no haría. Por lo visto, la única cosa reprensible que no iba a hacer.

—No puedo decirte eso —le respondió en voz baja. Pablo se quedó pasmado.

—¿Estás loco? —bramó.

—Eso parece.

Boquiabierto, el joven se inclinó hacia adelante, con las manos en las rodillas.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? Cielos, Peter, ¿eso es todo lo que te preocupa tu título? ¿Acaso has olvidado que éste es el peor momento posible para ir alardeando de tus caprichos por toda la ciudad? ¡Piensa en tu posición en la Cámara! Por todos los santos, ¿y qué pasa con Nina? ¡Está a punto de convertirse en tu esposa!

—¿Crees que no lo sé? —gritó Peter, furioso—. Por Dios, ¿acaso crees que he pensado en otra cosa? ¿Qué quieres que haga, Pablo? Maldita sea, ¡ojalá pudiera cambiarlo todo! Pero, por desgracia, ¡aún no he encontrado un modo de hacer retroceder el tiempo!

Un silencio tenso inundó la estancia. Los ojos de Pablo brillaban de rabia cuando se levantó de pronto y se dirigió a la ventana. Peter frunció el ceño al ver lo erguido que estaba su hermano. Entendía su deseo de proteger el buen nombre de la familia. Ese mismo instinto, asociado a una dosis razonable de culpa, lo había perseguido toda la noche y toda la mañana.

—Debes empezar a reparar el daño. Hoy. Antes de que vuelva Nina —le indicó Pablo en voz baja.

—Eso me propongo —replicó Peter, y se preguntó cómo exactamente podía deshacer todo aquello. No podía dejar de pensar en Lali, ¿cómo iba a encontrar un modo de salir de aquel entuerto?

—Yo te ayudaré —se ofreció Pablo, volviéndose para mirarlo—. Pero primero prométeme que te olvidarás de ella de una vez por todas. Lo suyo nunca podrá ser, ¿lo entiendes?

Lo entendía. El dolor que sentía en el pecho se lo recordaba cada vez que respiraba.

—Creo que no nos vendría mal una copa —masculló, y se dirigió al aparador.

Pablo se quedó un rato, inventando una historia con la que la velada de la noche anterior resultaría de lo más inocente, o eso quiso creer. Peter asintió en los puntos que consideraba apropiados, dejando que Pablo maquinara. A él lo angustiaba demasiado la excusa que podría darle a Lali esa noche que pudiera creer. ¿Le ofrecía dinero para que olvidase lo sucedido? La idea lo asqueaba. ¿Le explicaba que tenía responsabilidades que atender y, por esa razón, no podía plantearse mantener un romance continuado con ella? «Genial, Lanzani —pensó con amargura—, un poco tarde para eso.» ¿Le sugería que se convirtiese en su amante? Dios, ¡qué artificial resultaría eso! ¿Y cuándo le iba a contar todo eso? ¿Antes o después de volver a hacerle el amor? Porque sólo Dios sabía que aquella idea lo consumía por dentro.

Lo consumió mucho después de que Pablo se marchara y hasta el mismo instante en que Finch anunció a Nina y a la duquesa. Sobresaltado, Peter se levantó del sofá de cuero como un zorro sorprendido en el corral. Lo último que esperaba o necesitaba aquel día era a Nina. Dios, en ese momento no, no aquel día, suplicó en silencio, pero su prometida entró detrás de Elena, con el rostro engalanado de sonrisas.

—¡Peter, cuánto te he echado de menos! —gritó mientras cruzaba la estancia a toda prisa en dirección a él.

Él le besó la mejilla con indiferencia y se preguntó angustiado si ella podría ver la vergüenza que le ardía en el rostro.

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo él con todo el entusiasmo de que fue capaz—. ¿Cómo está la abuela?

—¿No has recibido mi carta? ¡Se ha recuperado de forma milagrosa! ¡Ay, Peter, el médico piensa que al final podrá venir a la boda! Es cosa de la divina providencia, ¿no te parece? —dijo feliz. —¡Qué noticia tan estupenda!

—Dios mío, se te ve cansadísimo. ¿Has comido bien? Espero que no hayas trabajado demasiado en el Parlamento.

La excusa de la que se había servido para dejar Tarriton le acuchilló lo que le quedaba de conciencia.

—He comido con una regularidad asombrosa —señaló, hastiado, y se volvió hacia Elena—. Buenas tardes, mamá.

—Peter, quizá te interese saber que Nina se va a quedar con Pablo y conmigo hasta que su madre pueda volver a Londres. —Cruzó la habitación hasta él y, pensativa, le acarició la mejilla—. ¿Has dormido bien esta noche?

—¡Por supuesto! —Rió, y se quitó la mano de su madre de la cara por temor a que ella pudiese notar que le ardía—. ¿Acaso pensaban que no iba a saber cuidarme? —bromeó, luego se dirigió a la joven y le señaló el sofá, decidido a escapar de la mirada inquisitiva de su madre—. Ven y cuéntame lo de la abuela.

—Claro, pero primero debo escribirle una nota a lady Paddington. Le prometí a mi madre que me pondría en contacto en cuanto llegásemos a Londres con las noticias del estado de salud de la abuela. ¿No has recibido la nota en la que te decía que llegábamos hoy? —volvió a preguntar Nina, frunciendo su hermoso cejo. Llevaba tres días sin mirar la correspondencia. —Debo haberla pasado por alto —se excusó, y lo dejó en eso. Al parecer, satisfizo a Nina, que se deslizó hasta el escritorio de Peter, parloteando entusiasmada sobre lo que debía poner en la nota y enumerando a continuación, alegremente, la multitud de cosas que tenía que hacer antes de la boda. Peter volvió a sentarse en el sofá, escuchando la cháchara casi infantil de su prometida. Le tenía cariño; no le cabía la menor duda. Era dulce y cariñosa, y si tenía algún defecto, era precisamente el ser demasiado cariñosa. No obstante, él la respetaba inmensamente por ello, pero ella no le llenaba el alma. Lali sí, a rebosar.

Nina no parecía tener el mismo entusiasmo por la vida, le preocupaba demasiado lo que pensaran los demás. Para él era inconcebible que su prometida vagara sola por un campo. Donaría fondos a un orfanato, pero jamás alojaría a los niños en su propia casa. Toleraría sus besos, pero jamás le pediría que le hiciese el amor. Y dudaba mucho que le respondiera con un abandono tan absoluto.

No era Lali.

Maldita fuera, Pablo estaba en lo cierto. Él tenía responsabilidades que pesaban más que aquellos sentimientos amorosos sin precedentes. Casi rió en voz alta al pensar que él, precisamente él, pudiese albergar sentimientos amorosos. Además, ¿qué demonios era el amor? Ciertamente nada que pudiera justificar el dar la espalda a años de determinadas creencias sobre la sociedad, la responsabilidad y la aristocracia. Lali no era de su rango social. El matrimonio con ella no serviría para consolidar fortunas ni para crear formidables alianzas familiares. Nina cumplía esos requisitos y había esperado dos años para casarse con él. Lo había esperado como un buen perro de caza, pensó Peter entristecido. El remordimiento se apoderó de él. Tanto si hubiese podido hacer frente a los convencionalismos como si no, era demasiado tarde. Él ya había adquirido compromisos y no le quedaba más remedio que respetarlos. Al escuchar la voz de Nina, supo que no podía abandonarla.

—Peter, me gustaría saber tu opinión sobre esta nota —le dijo ésta con entusiasmo, y empezó a leer lo que le había escrito a Paddy.

Sí, merecía la boda que tanto había deseado, la vida de una duquesa. Merecía mucho más que los tipos como él, pero, por desgracia, sin saberlo, estaba tan enredada en aquel lío como él mismo.

—Es precioso —comentó él, forzando una sonrisa mientras se ponía de pie.

—¡Cielos, mira qué hora es! —exclamó Elena de pronto—. Le he prometido a Hortense que sería la cuarta de una de sus mesas de julepe. Nina, querida, mandaré el coche a recogerte a tiempo para la cena.

—¡Buenas tardes, excelencia! —canturreó ella.

Elena se dirigió a la puerta, deteniéndose al agarrar el pomo de bronce. Miró a Peter por encima del hombro y lo recorrió de pies a cabeza. El pensó que iba a decirle algo, pero ella sonrió de pronto y se marchó.

Nina levantó la vista del escritorio y sonrió, hermosa, a Peter en cuanto la madre de éste salió por la puerta. Volvió a recordarse que su prometida sería una buena esposa. Una esposa fácil. Él buscaba una mujer que pudiese agitar sus pasiones más ocultas. Una amante que lo moviese a entregarle las estrellas. Quería una esposa que le hiciese dar gracias a Dios cada día al despertarse a su lado.

De pronto se dirigió al escritorio y bruscamente levantó a Nina de la silla.

—Te he echado de menos —murmuró y le robó un beso, buscando con vehemencia algo, cualquier cosa que le tapase la herida abierta que llevaba en el pecho, cualquier indicio de que ella podía llenar el vacío.

Sobresaltada, Nina se puso rígida y cerró la boca herméticamente. Las manos de ella se interpusieron entre los dos mientras él buscaba inquieto despertar alguna respuesta en las entrañas de ella. La apretó contra su cuerpo con insistencia. Pero ella se mostró inflexible; lo apartó por la fuerza todo lo que pudo, obligándolo a soltarla.

Sin aliento, ella retrocedió un paso tambaleándose.

—¡Cielos, cariño!

—Quiero hacer el amor contigo, Nina, aquí mismo, ahora mismo.

Sofocada, se retocó el peinado perfecto y desvió la mirada a la alfombra.

—¡Peter! No querrás que hagamos eso antes de casarnos, ¿verdad?

—Pues cásate conmigo ahora, hoy —dijo él impulsivamente, ansioso por perderse en ella, por despertar algo en ella que lo hiciese todo soportable. Lo que fuese, cualquier cosa que le arrancara a Lali del corazón y la sustituyese por la mujer con la que iba a casarse.

—¡No lo dirás en serio! —exclamó ella visiblemente alarmada.

—Lo digo muy en serio. Cásate conmigo ahora —repitió él, y alargó la mano para tocarla. Ella reaccionó de forma convulsiva, apartándose sin pensarlo. Peter se acercó, explorando su rostro con la mirada. Ella apretó mucho los labios y le miró fijamente el hombro.

Cielo santo, le tenía pánico.

En cualquier otro momento, Peter habría encontrado divertido su recato, pero, en aquel instante, le resultó condenadamente irritante. Tranquilo, vio cómo el pánico le abría mucho los ojos. Nina no lo necesitaba, no había deseo en su mirada. Sólo miedo. De pronto, Peter dio media vuelta y se alejó del escritorio, con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos.

—No, claro que no lo digo en serio. Es sólo que me alegro de que hayas vuelto. Continúa con tus planes, ¿quieres? Yo tengo que hacer un recado, pero vuelvo en seguida. —Salió de la biblioteca sin mirar atrás.

Vauxhall Gardens no era una opción. Todo lo que deseaba había dejado de ser una opción en cuanto Nina había entrado por la puerta. No le quedaba más remedio que enviar una nota.

Nina, benevolente, atribuyó el comportamiento de Peter a los nervios propios del novio y ya estaba preparando una lista de cosas que hacer cuando Finch hizo pasar a la biblioteca a lady Paddington y a la señora Clark.

—¡Lady Paddington! ¡Acabo de despacharle una nota a su domicilio para comunicarle mi regreso! —exclamó la joven, feliz.

—Ah, ya sabíamos que habías vuelto. A la señora Clark y a mí nos lo contó lady Thistlecourt, que se lo había oído decir a...

—La duquesa —intervino la señora Clark.

—La duquesa. ¡Qué gran noticia que tu abuela haya mejorado tan de repente! ¡Y tan oportunamente! —declaró lady Paddington. Se sentó, haciendo crujir estrepitosamente sus abultadas faldas de satén almidonado mientras se acomodaba en el asiento.

—¿Tan oportunamente? —inquirió Nina con educación desde detrás del escritorio. La señora Clark miró ceñuda a lady Paddington.

—¿Eso he dicho? —preguntó lady Paddington, y miró arrepentida a la señora Clark.

Confundida, Nina las miró a las dos.

—Perdón, pero ¿me he perdido algo?

—¡No, claro que no! Sólo has estado fuera una semana, ¿qué podía haber pasado en sólo una semana? —casi chilló lady Paddington.

—¡Clara! —la reprendió la señora Clark.

—¿Qué? —protestó lady Paddington.

A Nina se le encogió el estómago; se sentó despacio en el sofá. La señora Clark la miró inquisitiva, luego intentó sonreír.

—Lady Paddington no se encuentra bien hoy —dijo disculpándose.

—Me encuentro perfectamente, gracias. Lo que ocurre es que he pensado que quizá la pobre muchacha hubiese oído alguno de los feos rumores que circulan por ahí y quería que supiera de buena tinta que no hay nada de cierto en ellos —insistió la dama.

El estómago se le encogió de nuevo.

—¿Rumores? —preguntó Nina, convencida de que no quería oírlos.

—¡Bah, bobadas! No pasa nada porque un hombre lleve a una mujer a la ópera. Es de lo más corriente, ¡te lo aseguro!

—No tengo ni idea de qué me están hablando. Claro que los hombres llevan a la ópera a las mujeres. ¿Cuál es el problema? —preguntó, tragando saliva para librarse de aquella sensación de desastre.

Lady Paddington se estiró el regazo del vestido con mucho cuidado.

—A mi juicio, no hay ninguno. La semana pasada, su excelencia llevó a lady Fairlane a la ópera y a nadie le pareció mal.

—¡Pues claro que no! Lord Fairlane tuvo que ausentarse inesperadamente y a lady Fairlane le hacía mucha ilusión asistir al evento. Fue un detalle de Peter —señaló Nina.

—Peter es muy detallista —coincidió la señora Clark—. Eso no lo puede negar nadie.

—Y anoche tuvo la amabilidad de acompañar a la condesa de Bergen. La verdad, por cómo lo comenta todo Londres, ¡cual-quiera diría que el Parlamento ha aprobado una ley en contra de ese tipo de detalles! —espetó lady Paddington indignada.

La noticia hizo que a la muchacha se le cayese el alma a los pies y el corazón empezara a palpitarle. Le había prometido que sería un buen marido. Le había prometido en los jardines de su padre que pondría fin a aquel capricho. No podía seguir engañándose. Su instinto le decía, desde hacía semanas, que aquel capricho era distinto. De pronto se vio presa de la rabia al recordar el modo en que él había querido besarla aquella misma tarde. Aunque no sabía cómo, sabía que aquella conducta estaba relacionada de algún modo con la condesa.

—¿El duque llevó a la condesa de Bergen a la ópera anoche? —se oyó preguntar.

—Querida, no le des más vueltas. Son bobadas, chismes, nada más. Sutherland es un buen muchacho, muy buen muchacho. —Lady Paddington lo afirmó con tal rotundidad que Nina no pudo evitar preguntarse a quién trataba de convencer.

—No hablan de él, claro —replicó en seguida la señora Clark.

—¡No, no! —confirmó la anciana—. Pero hay quienes piensan que la condesa no debería haber ido con él. Fue una falta de delicadeza, sobre todo cuando el objeto de los afectos de ella...

—Se refiere a su acompañante...

—Sobre todo cuando su acompañante esperaba ansioso el regreso de su prometida.

—Y así era, querida, ¡de eso puedes estar segura! —intervino la señora Clark—. El no tiene ningún interés en ella, ¡en absoluto!

—Yo siempre he dicho que, cuando una mujer es capaz de perder dieciocho bazas de julepe seguidas, algo no va bien —dijo lady Paddington sorbiendo el aire.

Nina apenas oyó la opinión de la señora Clark al respecto. Estaba demasiado ocupada procurando contener una arcada repentina.


Continuará...

+10 :o! :(

13 comentarios:

  1. No puedo creer que peter quisiera hacerlo con nina después de con lali :(

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  2. no se que puede pasar con esta nove! peter no se que hace, espero mas

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  3. meeeeeeeeeee encanta!!!!!!!!

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  4. pobre lali, la va a dejar plantada, quiero q le diga q si a maximo para ver q hace peter!

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  5. massssssssssssssssssssssss

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  6. me encanta!! quiero otro....

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  7. otrooooooooooooooooooooo

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  8. esla locoooo como va hacer eso peter, quiere estar con nina, esta locooooo

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  9. masssssssssssssssssssss novelaaaaaaaa

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  10. me encanta esta novelucha.. es genial! ojala q peter y lali puedan estar juntos sin preocuparse por nada.

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  11. queremos masss mass... queremos mas mas...

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  12. K cobarde es!!!!.No hubiese llegado a tanto con Lali.

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  13. Peter obstinadoooo aghhh!

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