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sábado, 2 de mayo de 2015

Capítulo - 9



Aquella noche, antes de la cena, Nicolás decidió hablar con Lali en la biblioteca, aunque ella no sabía acerca de qué. Lali, sentada en un mullido sillón de cuero, contempló a Nicolás, quien daba caladas a un puro, y se sintió reconfortada por su cercanía. A ella la había criado una tía soltera y no estaba acostumbrada a que hubiera una figura masculina en su casa. Le gustaba la voz áspera y grave de Nicolás y el olor a caballo, cuero y licor que desprendía su piel, Nicolás tenía el mismo vigor que ella admiraba en Peter, la misma valoración sólida de la vida, y algo en ella se sentía atraído por su rudeza.

Le resultaba increíble contemplar el rostro de Nicolás y darse cuenta de que se parecían. Quizá fuera su imaginación o una mera coincidencia, pero a ella le parecía que incluso compartían algunos gestos. Él la trataba con una mezcla desconcertante de franqueza e indulgencia. Tan pronto le hablaba de una forma directa, como si ella fuera un hombre, como la mimaba sin límites.

—Últimamente no he hablado mucho contigo, Mariana.

—No.

—Hoy has ido a visitar a Benjamín.

—Sí, nosotros...

—¿Qué ocurre entre ustedes durante esas visitas?

—Yo... Él... No mucho.

—¿Él se conduce como un caballero?

—Sí, por completo.

Nicolás asintió con la cabeza y exhaló un aro de humo.

—Eso es bueno. Benjamín es un buen muchacho, pero es un Amadeo. Algo blando, quizá, pero nunca se atreverá a tratarte mal. ¿Ha comentado algo sobre cuándo tiene planeado pedirme tu mano?

—No.

—Entonces, todavía no está atrapado.

—No, señor.

—Bueno, pronto lo estará, pero para atraparlo tienes que mantenerlo a la distancia adecuada, ¿comprendes?

—Creo que sí.

—Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Agárralo fuerte, pero no lo ahogues. Así es como me atrapó tu madre. —Lali sonrió y Nicolás rió entre dientes mientras resplandecía de orgullo—. Si lo quieres, lo conseguiremos para ti, cariño. Sólo mírate. Tengo a la chica más guapa de todo Tejas.

—Y yo tengo al padre más distintivo.

—¿Distintivo? —Nicolás pareció complacido—. Distintivo. Esa es una palabra de cinco dólares. De modo que aprendiste algo en aquel colegio, aparte de modales y pintar a la acuarela. Quizá tu madre acertó al enviarte allí. Pero no le digas que te lo he dicho.

Mientras la miraba, el orgullo que Nicolás sentía por ella aumentó y le llenó el pecho. Aparte del rancho, Nicolás consideraba a Mariana su mayor logro. Cualquier éxito de ella era un orgullo para él, mientras que sus fallos..., bueno, Nicolás prefería ignorarlos, salvo para reprenderla de vez en cuando, sólo como demostración. Stéfano y Candela eran buenos hijos, pero se parecían demasiado a su madre; sin embargo, Mariana comprendía cosas que, en opinión de Nicolás, la mayoría de las mujeres no podían comprender. Ella razonaba con sentido común, más como un hombre que como una mujer, y pertenecía a Tejas, como él. Y, también como él, tenía coraje. Ambos estaban cortados con el mismo patrón.

Otros hombres tenían buenas hijas, mujeres sencillas que sabían cuál era su lugar, mujeres que, algún día, serían obedientes y se acomodarían a la voluntad de su marido. Pero su hija era salvaje, indomable y hermosa. La desaprobación que él sentía por su independencia se veía compensada por el orgullo que esa misma independencia le producía. Mariana pensaba por sí misma y tomaba sus propias decisiones, y él estaba dispuesto a concederle casi cualquier tipo de libertad.

—Vayamos a cenar —declaró Nicolás mientras le ofrecía el brazo a Lali, y ella lo aceptó con una sonrisa.

Después de que les sirvieran la cena y cuando hubieron aplacado las exigencias más apremiantes del apetito, se inició la conversación. En menos de cinco minutos, Nicolás demostró que estaba en plena forma.

—¡Bueno, Peter, quiero oír lo que ese hijo de puta derribador de vallas ha dicho cuando le has advertido de que pienso volver a levantar la valla!

Candela y Agustín, su esposo, realizaron una mueca al oír su vozarrón y el lenguaje que había utilizado y miraron a su hija de diez años. Alelí contemplaba, embelesada, a su abuelo.

—Papá —protestó con voz suave Candela—, la niña...

—Lleva a la niña a la cama —rugió Nicolás—. ¡Quiero oír lo que ha dicho mi vecino hijo de puta! Él es lo que es y no lo llamaré por otro nombre. ¡Vamos, suéltalo, Peter!

Lali observó a Peter, cuyo rostro era completamente inescrutable, salvo por un brillo delatador que iluminó su mirada mientras contemplaba a Nicolás. No hacía falta conocer mucho a Nicolás para saber que disfrutaba teniendo aquellas explosiones de mal genio. Candela se llevó a Alelí a dormir a toda prisa.

—Por lo visto tenemos ciertas diferencias filosóficas con George. —Peter observó su cuchillo y lo hizo girar con ociosidad sobre la mesa mientras hablaba—. Hablando claro, no le gusta tu valla. Él no ha levantado ninguna y no entiende por qué tú la necesitas.

—Levanté esa valla para proteger mis tierras —declaró Nicolás con el rostro encendido—. Para proteger las propiedades de los Espósito de los ladrones de ganado. Y de los vecinos.

—George opina que los pastos son libres y que pertenecen a todo el mundo.

—Pues su maldita opinión está equivocada. ¡Lo que está en el interior de mi valla sólo me pertenece a mí!

Peter lo miró con una sonrisa en los labios, pero no dijo nada. Lali casi se quedó sin aliento al contemplar la imagen de Peter, con el sol del atardecer reflejándose en su pelo moreno y en su rostro. Le costó no quedarse mirándolo embobada, como una colegiala tonta. Era una locura dejarse engañar por su aspecto. El aspecto de un hombre era lo de menos, cuando era capaz de actuar de una forma cruel y traicionera como había hecho él. ¡Sin embargo, parecía sentir tanto afecto por Nicolás! ¿Era posible que incluso en aquellos momentos estuviera mirando a Nicolás con la idea de asesinarlo? Lali apartó la vista de Peter y se esforzó en prestar atención a la conversación.

—George dice que hemos construido la valla cogiendo parte de su terreno —decía Peter en aquel momento.

—¡Estupideces! —explotó Nicolás.

—Bueno, yo no estoy tan seguro, Nico. Tú siempre has sido de los que cogen el trozo grande del pastel.

Nicolás lo miró con los ojos desorbitados mientras un silencio mortal se extendía por la habitación. Peter sostuvo la mirada de Nicolás sin parpadear y sin perder la sonrisa. Lali se sentía atónita por su atrevimiento. De repente, Nicolás rió a carcajadas y el resto de los comensales soltó risitas de alivio.

—No sé por qué algunos afirman que no eres honesto —señaló Nicolás sin dejar de reír—. Eres tan honesto que ofendes. Está bien. ¿Que quiere el hijo de puta de George como...?

—¿Remuneración?

—Si esto significa aplacar su ira, sí.

—Quiere la mitad del caudal del abrevadero que está en el límite de vuestras tierras. Y quiere que le pagues el ternero que... adoptamos.

—Adoptamos... —repitió Lali sin poder resistirse a intervenir—. Primero lo robamos y ahora lo hemos adoptado. Cada vez que oigo hablar de esta cuestión, suena mejor. Pareces muy paternal, Peter, hablando de esa pobre criatura sola y abandonada que necesitaba que la adoptaran.

Él sonrió abiertamente.

—Siento debilidad por los animales abandonados.

Sus miradas se encontraron de una forma desafiante.

—¡Qué altruista!

—No, sólo soy emprendedor.

Emilia decidió interrumpir su diálogo.

—Desearía que ustedes dos dejaran de intercambiar palabras que nadie más entiende.

Su declaración fue secundada con entusiasmo por el resto de los comensales. Lali se rió y se levantó de la mesa.

—Entonces los dejaré mientras discuten los detalles de esta cuestión. Daré un paseo ahora que el aire es más fresco.

—No te alejes mucho —advirtió Emilia.

—No lo haré, mamá.

Lali se sorprendió al oír que aquella palabra salía de sus labios con tanta facilidad, pero su sonrisa se desvaneció cuando salió de la habitación.

El aire nocturno era fresco y agradable. Lali inhaló su aroma y se dio cuenta de que faltaba alguna cosa. Había algo distinto entre aquel Sunrise y el que ella había dejado atrás. En el de ahora no se percibía la fragancia suave y dulzona del maíz verde y de la fruta madura. Los granjeros todavía tardarían veinte o treinta años en arar aquellas tierras y segar sus cosechas.

Sunrise todavía era dominio de los ganaderos y a éstos les gustaba la tierra salvaje y sin cultivar, les gustaba armar camorra y la comodidad que les ofrecían las pequeñas ciudades, y les gustaba el ruido y que éstas estuvieran llenas de saloons. Este Sunrise era, con diferencia, un mundo más de hombres que aquel del que ella procedía. Lali dio una patada a un terrón de tierra seca con aire taciturno y se apoyó en la valla de madera que había cerca de la casa. Las luces de los barracones estaban encendidas y se oía el sonido ahogado de las risas de los vaqueros. Había lucecitas esparcidas por el suelo. Las luciérnagas se hacían guiños entre ellas.

«¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó Lali mientras apoyaba los antebrazos en la valla. De repente, un sentimiento de soledad se apoderó de ella. Quería ver a Alelí con desesperación, pero no a la niña pequeña, sino a la mujer que le había hecho de padre y de madre, a la mujer que había conocido durante toda su vida. Quería estar con alguien que la comprendiera, que la conociera, no como a la mimada Mariana Espósito, sino como a la persona que en realidad era. Lali sintió un nudo en la garganta mientras intentaba dominar su añoranza. No servía de nada pensar en el pasado, pues tenía que concentrarse en aprender todo lo que pudiera acerca de la situación en la que se encontraba.

Lali suspiró, cerró los ojos y apoyó la cabeza en las manos mientras intentaba recordar lo que Alelí le había contado acerca de la desaparición de Mariana Espósito. Todo estaba envuelto en una neblina de dolor. Lali frunció el ceño y se concentró en el leve recuerdo de un nombre. «Alelí me dijo que querría haber hablado con alguien. Gastón. Tengo que encontrarlo. Tengo que preguntarle...»

Lali oyó el sonido de unos pasos a su espalda y sintió el roce de unos dedos en su brazo.

—Mariana...

—¡No! —Lali se dio la vuelta con el corazón acelerado—. ¡No me toques!

Peter levantó los brazos como si ella lo apuntara con una pistola.

—Está bien. Está bien. Nadie te está tocando.

Lali se llevó la mano al pecho e inhaló de un modo vacilante.

—No vuelvas a acercarte a mí por la espalda nunca más.

—Por tu postura, creí que te encontrabas mal.

—Pues no, no me encuentro mal, pero me has dado un susto de muerte.

Lali vio el destello de la sonrisa de Peter en la oscuridad de la noche.

—Lo siento.

—¡Una disculpa por tu parte! —exclamó Lali. Pero el agotamiento hizo que sus palabras carecieran de la acritud con que ella pretendía pronunciarlas—. Hoy he tenido una sorpresa tras otra.

—Tu madre me ha pedido que te acompañe de vuelta a la casa.

—Primero quiero formularte un par de preguntas.

Peter inclinó levemente la cabeza.

—¿Acerca de qué?

—Para empezar, ¿dónde te educaste?

Peter apoyó un brazo en la valla, se reclinó en ella e introdujo la otra mano en el bolsillo del pantalón.

—¿Resulta tan obvio que tengo una educación? Me halagas.

—Me gustaría saberlo. Por favor.

—Un «por favor» por tu parte. Esto sí que es una sorpresa. Casi estoy tentado de contártelo. Aunque sé que no me creerías.

—¿Fuiste a la universidad?

—A Harvard.

—Mientes.

—Te dije que no me creerías, pero es cierto. Incluso me licencié. Después, mi padre me ofreció dinero para que me alejara de allí para siempre.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Resulta evidente que no le gustaba mi compañía —murmuró Peter con una media sonrisa y se incorporó—. Ya es hora de volver.

—¿Tu familia es del nor...?

—Basta de preguntas. Ya he desnudado mi alma lo suficiente por una noche. —Peter alargó el brazo para coger el de Lali, pero ella se apartó y él se detuvo en mitad del movimiento—. ¡Ah, sí! Nada de tocarte. Vamos, Mariana.

Lali archivó con cuidado en su mente todo lo que Peter dijo e hizo. Tendría que recordarlo más tarde. Quizás ésta era la razón de que se encontrara allí. Quizá tenía que sacar a la luz el otro lado de él e interrumpir los sucesos que conducirían a la muerte de Nicolás. «El hecho de que esté aquí cambiará muchas cosas. El hecho de que yo esté aquí en lugar de Mariana Espósito es el principio de todo. Ahora todo será distinto. Yo haré que sea distinto. Evitaré el asesinato de Nicolás. Destruiré a Peter Lanzani antes de que llegue tan lejos.»

Una vez en la cama, Lali dio vueltas una y otra vez sobre sí misma mientras las preguntas se agolpaban en su mente. Tenía que saber ciertas cosas, cosas que averiguaría al día siguiente. Lali apartó a un lado la sábana que la cubría y se tumbó boca abajo. Se sentía agitada y frustrada... y asustada.

Las notas nítidas y cautivadoras de una guitarra flotaron hasta ella desde la lejanía a través de las ventanas y sus pensamientos se aquietaron. Se trataba de una música dulce y evocadora. ¿Era Peter quien la tocaba? Lali no conocía aquella melodía, pero era la música más bonita que había escuchado nunca y quien la tocaba lo hacía de una forma impecable y relajante. Lali se dio cuenta de que todo en el rancho se aquietaba para escucharla. Pronto dejó de preguntarse acerca del origen de la música y se relajó. ¿Cómo podía alguien como Peter tocar algo tan hermoso?, se preguntó con somnolencia. A continuación, pensó en Alelí, quien dormía a sólo unas puertas de distancia, y se preguntó si ella también oía la música.

Continuará...

+10 :)

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