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miércoles, 13 de mayo de 2015

Capítulo - 44



Candela y Agustín tenían planeado mudarse a Carolina del Norte con Alelí después de la boda y tan pronto como Candela se encontrara bien y pudiera viajar. Emilia decidió ir con ellos, pues la mayor parte de su familia y sus antiguas amistades vivían allí. No mencionó si pensaba regresar o no a Tejas algún día, pero Lali sospechaba que no regresaría nunca. Stéfano decidió quedarse en el rancho durante algún tiempo, hasta que estuviera más seguro de lo que quería hacer.

El sheriff y sus ayudantes terminaron de interrogar a los vaqueros del rancho acerca de lo que habían visto u oído la noche del asesinato de Nicolás y no obtuvieron ninguna información nueva. Ninguna respuesta vertió luz en lo que había sucedido. Cuando se fueron, Peter permitió que su frustración saliera a la superficie. Recorrió el despacho de Nicolás de un lado a otro una y otra vez, fumando cigarrillos y aplastándolos después de darles sólo unas caladas. Cuando Lali entró en el despacho para hablar con él, su primer impulso fue el de sentarse cómodamente en un sillón, pero el miriñaque y el fastidioso montón de faldas y enaguas que llevaba puestos la obligaron a sentarse erguida, como una dama.

La atmósfera estaba cargada de humo. Lali se inclinó hacia atrás e intentó abrir una ventana sin levantarse. Peter soltó una maldición en voz baja y la abrió por ella. Lali agitó inútilmente la mano en el aire y realizó una mueca.

—¿Esto se va a convertir en un hábito? —preguntó Lali—. Prefería mucho más el olor de los puros de papá.

Peter apagó el cigarrillo y deslizó una mano por su negro cabello.

—Es posible que no tenga tiempo suficiente para desarrollar un hábito —declaró con voz cortante.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que si un comité de vigilancia no me tira pronto por un barranco, una partida de hombres con el sheriff a la cabeza me colgará de un árbol. De una forma supuestamente legal. Yo soy el principal sospechoso. Todo el mundo lo cree así.

—¡Pero si yo te he proporcionado una coartada! Declaré que estuviste conmigo toda la noche.

Peter sacudió la cabeza y frunció el ceño con aire taciturno.

—Creen que mientes para protegerme.

Lali suspiró y se presionó las sienes con las manos mientras intentaba recordar con todas sus fuerzas el nombre que le había dado a Benjamín. En algún lugar de su mente estaba la verdad. Lali cerró los ojos y presionó con más intensidad, como si quisiera estrujar su memoria, pero los recuerdos de su vida como Mariana eran poco frecuentes y casi siempre incompletos.

—Es uno de nuestros hombres —declaró Lali mientras enredaba sus dedos en su cabello, como si quisiera tirar de él, y despeinaba sus bien arregladas trenzas—. Seguro que alguno de ellos sabe o sospecha algo. ¿Por qué nadie dice nada? Ellos no protegerían a uno de los suyos si fuera un asesino, ¿no?

—No lo sé —contestó Peter mientras volvía a recorrer la habitación de un extremo al otro—. No lo creo.


Más tarde, aquella noche, mientras los miembros de la familia estaban cenando, Peter entró en el comedor a grandes pasos y con expresión trastornada. Todos lo miraron mientras él se dirigía a Lali en voz baja.

—Tengo que ocuparme de un asunto. Quizá no vuelva hasta mañana por la mañana.

Lali sintió un cosquilleo de nerviosismo en la piel. Algo había sucedido.

—¿Ha ocurrido algo grave? —preguntó Lali con calma forzada.

Peter se encogió de hombros.

—No lo sabré hasta más tarde.

Lali cogió la servilleta de su regazo con lentitud y la dejó sobre la mesa.

—Te acompañaré a la puerta —declaró, y lanzó una mirada cautelosa a Emilia, quien no presentó ninguna objeción.

Nada más salir de la habitación, Lali se cogió del brazo de Peter. Sus músculos estaban tensos.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella con ansiedad.

—Uno de los muchachos ha admitido que una de las camas del barracón estaba vacía la noche del asesinato.

—¿La de quién?

—La de Watts.

—Pero... Pero si él nos ha llevado a Cande y a mí al pueblo muchas veces, y tú le encargaste que vigilara la casa de noche mientras todos dormíamos...

—No puedo probar que haya sido él, se trata sólo de una sospecha.

Lali inhaló hondo y se agarró al brazo de Peter con más fuerza.

—¿Adónde vas ahora? —susurró.

—A ver a su hermana.

—Pero, si es una prostituta.

—¡Demonios, Lali, no me voy a acostar con ella! Sólo voy a formularle unas cuantas preguntas.

—Aunque lo sepa, ella no te dirá nada que pueda implicar a su hermano. ¡Oh, Peter, esto no me gusta nada!

—Sólo es una muchacha. Una muchacha a la que le gusta el dinero. —Peter frunció el ceño, miró a Lali y liberó su brazo de la mano de Lali—. No pierdo nada visitándola. Mientras tanto, no te preocupes por Watts. Esta noche estará lejos de la casa, en una caseta de vigilancia en el otro extremo del rancho.

—Peter —declaró Lali con una arruga en el entrecejo—, ella podría intentar que te acostaras con ella. Sé que tú y yo no hemos estado juntos últimamente, pero...

—¡Santo cielo! —Peter se echó a reír—. Si crees que existe alguna posibilidad de que ella y yo... —Peter siguió riendo y sacudió la cabeza mientras salía por la puerta—. Para tu tranquilidad, te diré que haré lo posible por controlarme.

Ella realizó una mueca mientras lo veía alejarse y se preguntó qué era lo que le parecía tan divertido.


En la jerga de los vaqueros, a los bares o salas de baile especialmente sucios se los llamaba covachas. El lugar en el que trabajaba Jennie Watts, el Do-Drop-In, se merecía una palabra propia.

Se trataba de un lugar sucio y ruidoso, el suelo estaba pegajoso, los clientes eran bulliciosos y la música escandalosa. Peter entró con toda tranquilidad y pidió una bebida. Pronto llegó a la conclusión de que el whisky barato merecía su apodo de matarratas. Peter bebió a pequeños sorbos mientras contemplaba a las muchachas rollizas y de ropa escasa que trabajaban en el local. Al final, vio a una muchacha morena y pechugona cuyo rostro le recordaba al de Watts. Peter la cogió con suavidad por el brazo y ella levantó, de una forma automática, una mano para sacárselo de encima, pero entonces le vio la cara y dirigió la mano hasta su pelo, se lo arregló y sonrió.

—Hola, guapo.

—¿Eres Jennie Watts?

Preguntarle a alguien su nombre no era habitual. Por el contrario, el código de conducta no escrito establecía que uno debía esperar hasta que el desconocido, o desconocida, se identificara. Pero ella era una prostituta y no podía permitirse sentirse ofendida con tanta facilidad.

—Jennie está ocupada, pero yo no.

—¿Dónde está?

La muchacha frunció un poco el ceño.

—Arriba, pero no sé cuándo bajará.

Él esbozó una sonrisa zalamera y deslizó unos cuantos dólares en la mano de la mujer.

—¿Esto te ayudará a avisarme cuando baje?

Ella sonrió con descaro y cogió los dólares.

—Es posible.

La mujer contoneó su trasero de una forma seductora mientras se alejaba y Peter ocultó una sonrisa en su bebida. Sólo habían transcurrido unos minutos cuando la mujer, quien ahora transportaba una bandeja con vasos vacíos, le dio un codazo a Peter. Él dirigió la mirada a las estrechas escaleras que conducían a las habitaciones de la planta superior y vio a una muchacha que descendía el último escalón. Se trataba de una muchacha joven, delgada y de facciones duras. Sus ojos eran de un azul exótico y contrastaban con su pálida piel. Peter se colocó a su lado en un par de zancadas.

—Discúlpame, ¿eres Jennie Watts?

Ella lo miró con unos ojos adultos en una cara de niña y aquella combinación incomodó un poco a Peter.

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó ella con una voz sorprendentemente grave.

—Si lo eres, me gustaría disponer de unos minutos de tu tiempo.

—¿Primero quieres que bailemos?

—No, yo...

—Entonces sígueme.

La muchacha se volvió y subió las escaleras contando con que él la seguiría. Una vez arriba, entraron en una habitación pequeña y escasamente amueblada. El aire apestaba a sexo y alcohol. Peter contempló con una mirada inexpresiva la cama sin hacer y las sábanas manchadas. La muchacha se sentó en el borde de la cama y empezó a desabotonar la parte delantera de su vestido.

—Espera —pidió Peter.

Ella se detuvo y su fría mirada se posó en él.

—¿Quieres que lo hagamos con el vestido puesto?

—Sólo quiero hablar.

Jennie soltó una palabrota en voz baja y se levantó mientras señalaba la puerta.

—Sal de aquí.

El sacó unos cuantos billetes y los sostuvo entre los dedos índice y medio.

—Pienso pagarte por tu tiempo.

Ella se dirigió con paso cansino hasta la mesilla de noche, encendió un cigarrillo y contempló a Peter a través del humo. No le preguntó quién era. No le importaba siempre que su dinero fuera válido.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó ella.

—De tu hermano.

Ella titubeó y, tras unos instantes, asintió levemente con la cabeza.

—¿Y bien?

—¿Lo has visto hace poco? ¿Has hablado con él?

—Puede ser.

—¿Ha conseguido alguna cantidad importante de dinero últimamente? ¿O te ha pedido que le guardes una suma de dinero?

Ella lo contempló en silencio, llevó el cigarrillo a sus labios y fumó una calada larga. Tenía algo que contarle, algo que merecía la pena.

—Siento un gran respeto por la lealtad familiar —continuó Peter mientras la observaba con fijeza—, pero según tengo entendido, ésta tiene un precio.

Peter hizo el gesto de volver a coger su monedero, pero se detuvo en espera de la respuesta de Jennie.

—¿Acaso no lo tiene todo? —preguntó ella con un brillo apreciativo en sus ojos azules.


Peter dejó caer un puñado de billetes encima de la cama.

Continuará...

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