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domingo, 10 de mayo de 2015

Capítulo - 36



Peter y Nicolás no contaron a la familia los acuerdos a los que llegaron acerca de cómo manejar la crisis, aunque algunos aspectos estaban muy claros. El más importante era que volverían a levantar la valla. Por otro lado, Nicolás, contrariamente a lo que todos esperaban, decidió mostrarse más razonable respecto al rancho, la familia y los vaqueros. Se quedó en su despacho y se mantuvo alejado de la valla mientras Peter supervisaba la construcción de más barracones de vigilancia a lo largo de la valla, doblaba el número de vigilantes nocturnos y designaba a unos cuantos vaqueros para que volvieran a levantar los postes arrancados.

Volcaron barriles de preciada agua para ablandar el terreno y cavar los agujeros para los postes, lo cual constituyó una afrenta para aquellos cuyo ganado estaba muerto de sed. Emilia, Candela, Lali e incluso Alelí estuvieron ocupadas curando las heridas y los arañazos que el alambre de espino causaba en los brazos de los hombres que construían la nueva valla. Después de unos días, Lali le enseñó a Peter sus dedos, que estaban permanentemente manchados de yodo.

Las reacciones de los habitantes del pueblo y de los rancheros vecinos al ataque que había sufrido el rancho de Nicolás eran variadas. Los ganaderos que habían estado considerando la posibilidad de cercar sus tierras con vallas de alambre de espino, que era barato y duradero, estaban furiosos, como si también ellos hubieran sido víctimas del ataque infringido a Nicolás, aunque algunas personas consideraban que Nicolás se lo merecía. Muchos vaqueros odiaban la idea de que se cercaran las praderas por las que estaban acostumbrados a cabalgar con libertad. Los pequeños ganaderos que se apoderaban de las reses sin marcar que cruzaban los límites de sus tierras también estaban en contra de las vallas.

Conforme pasaban los días, Lali empezó a echar más y más de menos a Peter. Apenas lo veía. Peter estaba ocupado resolviendo todos los problemas que los demás le planteaban, problemas grandes y pequeños. Su trabajo era interminable, pues supervisaba la construcción de la valla y coordinaba el resto de las tareas que se realizaban en el rancho. Con tanta gente dentro y alrededor de la casa, no encontraba la manera de ir a ver a Lali a su habitación. Habían designado a un hombre para que vigilara la casa durante la noche, lo cual significaba que, de momento, sus encuentros con Peter habían terminado.

Una frustración física y emocional consumía a Lali, quien no se libraría de ella hasta que pudiera volver a tener a Peter para sí misma. Por las noches, Lali permanecía tumbada en la cama con las extremidades extendidas mientras pensaba con melancolía en las ocasiones en que Peter había acudido a su dormitorio. ¿Cómo era posible querer tanto a alguien? Los momentos en que se veían no eran suficientes. Siempre había miembros de la familia o vaqueros a su alrededor y no podían disfrutar de ningún tipo de intimidad.

¿Cuánto duraría sin él? La necesidad de estar con él crecía minuto a minuto, hasta que apenas le resultó soportable, sobre todo cuando él estaba cerca. ¡Qué extraño le resultaba desear y necesitar a alguien con tanta intensidad y sentirse molesta hacia todo lo que lo mantenía alejado de ella! Peter había despertado en ella ciertas necesidades, unas necesidades intensas que debían ser apaciguadas. Había pasado con él muy pocas noches, pero durante el resto de su vida todas las noches que pasara sin él serían frías y vacías. Lali miró al resto de los comensales y se preguntó si alguno de ellos entendería cómo se sentía. No, ninguno, ni siquiera la sensible y solitaria Candela.

«Haría cualquier cosa para no perderlo. Ninguno de ellos ha luchado para conseguir al otro, aunque en determinado momento debieron de sentir algo. Seguro.»

Candela y Agustín actuaban como meros y distantes conocidos, mientras que Emilia y Nicolás, como mucho, se trataban con un afecto cansino.

«No hay pasión, no hay ternura. Ni siquiera enojo. ¿De qué hablan cuando están a solas o sólo están en silencio?»

Sobre todo, Lali echaba de menos las largas y agradables conversaciones que mantenía con Peter. En las horas más oscuras de la noche, le había contado algunas de sus cuestiones más íntimas, aquellas que se suponía que ni siquiera las esposas contaban a sus esposos. Las conversaciones con Peter constituían una fuente continua de fascinación para ella, pues, prácticamente, no había ningún tema que Peter no quisiera tratar y, además, no le permitía mostrarse pudorosa. Peter parecía disfrutar haciéndola enrojecer y siempre sabía cuándo lo había conseguido, incluso en la oscuridad.

Después de una semana de no estar juntos, Lali empezó a notar que Peter cambiaba de una forma sutil. Su buen carácter desapareció y su sentido del humor era más mordaz que de costumbre. Se mostraba tenso e irascible con ella e intentaba evitarla. ¿Por qué se mostraba tan brusco y cortante? ¿Por qué parecía que estuviera enfadado con ella?

Cada vez que lo oía entrar en la casa a la hora de la cena, lo veía entrar en el comedor y lo observaba mientras se sentaba a la mesa, Lali experimentaba un dolor en la boca del estómago. El tiempo extra que Peter pasaba al sol oscurecía su piel cada vez más y sus ojos brillaban como esmeraldas. Nunca le había parecido tan guapo ni lo había resultado tan inalcanzable. ¿Por qué, cuando lo miraba a través de la mesa, la distancia que los separaba parecía estar convirtiéndose en kilómetros?


Lali asomó la cabeza por la puerta del dormitorio de Candela y frunció el ceño al ver que tenía los porticones de las ventanas medio cerrados y que estaba acurrucada debajo de las sábanas.

—¿Cande? —preguntó Lali en voz baja. Candela se agitó en la cama—. ¿Todavía no tienes ganas de levantarte?

Candela negó con la cabeza. Parecía irritada. Tenía la cara hinchada porque había ganado mucho peso en poco tiempo y se le habían formado unas bolsas muy marcadas debajo de los ojos.

—No, no me encuentro bien y estoy cansada.

—¿El doctor Haskin te ha dicho algo?

—Dice que todo va bien.

—¡Vaya, esto es estupendo!

—No te alegres tanto.

—¿Quieres que te traiga un té? Podría leerte una historia que salió en el periódico de ayer acerca de...

—No, gracias, no quiero beber nada ni que me leas nada.

Lali se sentó en el borde de la cama y cogió la fláccida mano de Candela.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Lali con dulzura.

La compasión de Lali pareció abrir el corazón de Candela y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Me siento gorda, fea y de malhumor. Y se me está cayendo el pelo. ¿Ves lo fino y frágil que está? Yo tenía un pelo muy bonito.

—Todavía es bonito, y si has perdido algo de pelo, no has perdido tanto como para que los demás lo noten. Además, volverá a crecer en cuanto nazca el bebé.

—Y Agustín ya no me habla ni me abraza.

—Él no sabe lo que esperas de él. Pídele lo que necesitas.

—Yo querría que él lo supiera sin tener que pedírselo.

—Los hombres no siempre saben qué hacer, a veces tenemos que explicárselo.

Candela exhaló un suspiro lloroso y se secó los ojos con la esquina de la sábana.

—Esta mañana, Alelí ha venido y se ha puesto a brincar en la cama. Yo me he mostrado muy dura con ella y ella no entiende el porqué de mi reacción.

—Yo me encargaré de Alelí. Stéfano y yo la llevaremos al pueblo. Ayer buscaba telas para coserle a su muñeca unos vestidos y en la casa no hay suficientes retales. Le compraré un pedazo de tela y unas golosinas.

—¿De verdad? ¡Oh, esto le encantará!

—¿Y tú qué quieres, golosinas de menta o de regaliz? —preguntó Lali medio en broma.

—No quiero nada —respondió Candela ya más contenta.

A pesar de su embarazo, parecía una niña pequeña, con su cara surcada de lágrimas y sus rollizas mejillas. Lali sintió una oleada de cariño hacia ella y deseó saber cómo conseguir que todo le fuera bien.

—Esta noche, cuando vuelva, te lavaré la cabeza. Esto te hará sentirte mejor. Y le pediré a Peter que toque algo de música en la sala después de la cena, en concreto, aquella canción que tanto te gusta oír.

—Pero Peter está tan ocupado...

—Encontrará tiempo para esto —le aseguró Lali. Y sonrió con picardía—. Si yo se lo pido.

La expresión de Candela se volvió radiante y contempló a Lali con expectación.

—¿Cómo van las cosas entre ustedes dos?

Lali se inclinó hacia ella y sus ojos marrones brillaron de excitación.

—Me ama —susurró Lali.

—¡Oh, Mariana!

—Nunca soñé que pudiera ser tan feliz. Estoy tan enamorada de él que me causa dolor.

—¡Estoy tan contenta por ti! —Candela le cogió la mano—. No lo dejes escapar. No permitas que nada se interponga entre ustedes.

—No lo permitiré.

Lali sonrió ampliamente y le apretó la mano antes de salir de la habitación.


—¡Alelí! Alelí, ¿dónde estás? Nos vamos al pueblo. Ayúdame a encontrar a Stéfano.

Alelí llamó a Stéfano con voz aguda y sus trenzas flotaron en el aire mientras corría escaleras abajo delante de Lali. Lali la siguió hasta el porche, donde encontraron a Stéfano sentado perezosamente junto a Gastón en las escaleras de la entrada. Gastón le estaba contando una de sus inverosímiles historias de aventuras. Cuando Lali y Alelí aparecieron, Gastón interrumpió su relato, levantó la vista y su arrugado rostro se arrugó todavía más con una sonrisa.

Lali le devolvió la sonrisa con indecisión. De repente, se dio cuenta de todas las veces que había pasado junto a él, en las escaleras del porche, sin dedicarle ni un pensamiento. Estaba tan acostumbrada a verlo allí, que le prestaba la misma atención que a la barandilla del porche o los tablones de madera que tenía debajo de los pies. De vez en cuando, intercambiaban un saludo, pero después de la extraña y disparatada conversación que habían mantenido en el pasado, ella no había vuelto a buscar su compañía. Lali no solía pensar en aquello y todo lo que una vez había querido preguntarle o hablar con él había quedado relegado a la parte más lejana de su memoria. Gastón, simplemente, estaba allí, omnipresente, contemplativo.

—Stéfano, tienes que llevarnos a Mariana y a mí al pueblo —soltó Alelí mientras tiraba de la mano de Stéfano.

Él sonrió al verla tan excitada y se resistió a sus esfuerzos por conseguir que se levantara.

—¿Quién dice que tengo que llevaros?

—No bromees —intervino Lali mientras lo cogía por el cuello de la camisa y tiraba de él ligeramente.

Stéfano soltó un soplido y se levantó.

—Supongo que tendrás que acabar la historia más tarde —le dijo a Gastón mientras introducía las manos en los bolsillos de su pantalón y se encogía de hombros de una forma afable—. Si no, Mariana me estrangulará. No te irás antes del anochecer, ¿no?

—Me iré mañana por la mañana —contestó Gastón.

Lali abrió los ojos sorprendida.

—¿Irse? ¿Qué quiere decir? ¿Adónde se va? ¿Por qué...?

—Nunca me quedo mucho tiempo en ningún lugar, ni formo parte de una cuadrilla durante mucho tiempo seguido.

Gastón sonrió a Lali con amabilidad y encogió sus fornidos hombros como indicando que aquello estaba fuera de su control.

—Pero ¿adónde irá ahora?

—Pronto se conducirán muchas manadas hacia el norte y siempre hay sitio para un buen tejedor de historias en las caravanas.

Lali se quedó sin palabras. No quería que Gastón se marchara, pero no podía explicar lo que sentía, ni a Gastón ni a ella misma. No tenía ninguna razón lógica para desear que se quedara en Sunrise. Apenas lo conocía y había intercambiado con él muy pocas palabras. Él era, simplemente, y como él mismo se definía, un tejedor de historias. Gastón no había hecho nada por ella, salvo comunicarle un par de ideas medio concebidas que habían avivado su imaginación. Algunas de las cosas que Gastón le había dicho acerca de volver atrás en el tiempo y rectificar los propios errores la habían asustado debido a su exactitud respecto a su propia situación. Quizá se trató, sólo, de una elección afortunada de palabras. O quizá no.

—Hay algo que debo saber, señor Gastón... —declaró Lali titubeante.

—Mariana —la interrumpió Stéfano, y se echó a reír cuando Alelí casi lo hizo caer por las escaleras debido a sus ansias por irse—. Gastón ha dicho que estará aquí esta noche. Si quieres ir al pueblo, deja de hablar y vámonos.

Lali lo miró con cara de pocos amigos y levantó la vista hacia el techo.

—¿Hablamos más tarde, señor Gastón?

—Más tarde —accedió él con amabilidad.

Lali le sonrió y siguió a Stéfano y a Alelí.

Cuando llegaron al pueblo, Stéfano ayudó a Lali y a Alelí a bajar de la tartana y ellas se dirigieron a la tienda. Stéfano se fue calle abajo para comprobar si Peter había ido a ver al sheriff, como era su intención. Peter había adoptado la costumbre de informar al sheriff de todos los incidentes y fricciones en los que el rancho se veía implicado y hacía lo posible para que el sheriff estuviera de su lado. En realidad, era poco lo que las escasas fuerzas que defendían la ley y el orden en el pueblo podían hacer por ellos. En aquella zona de Tejas, uno tenía que cuidar de sí mismo y de sus asuntos y se vería en apuros si tuviera que confiar en la protección de los demás. Sin embargo, Peter intentaba conseguir cierta apariencia de respetabilidad para el rancho y era mejor contar con el apoyo del sheriff, por leve que fuera, que tenerlo en contra.

Después de comprar un metro de tela de algodón a cuadros y una bolsa repleta de golosinas, Lali y Alelí cruzaron la calle en dirección a la tartana. Alelí enlazó la mano de Lali con la suya, que estaba pegajosa debido a las golosinas, y Lali sonrió mientras, juntas, balanceaban los brazos de una forma amigable.

—¿Quieres un caramelo de limón? —preguntó Alelí de una forma muy educada.

—No, gracias.

—¿Un bastoncillo de melaza?

—Cariño, si quisiera, ya me lo habría comprado yo misma, pero eres muy amable al querer compartir tus golosinas.

—Tía Mariana.

—¿Qué?

—¿Por qué Peter te llama Lali? Nadie más lo hace.

Lali casi dio un brinco al oír su nombre de labios de Alelí. Aquello le recordó a la Alelí mayor y a todas las veces que había oído su nombre pronunciado con aquella misma inflexión de voz.

—Sólo se trata de un diminutivo —contestó Lali intentando calmar los latidos de su corazón—. Tú también puedes llamarme así, si quieres.

—Tía Lali —declaró Alelí como prueba, y se echó a reír.

Lali no pudo evitar echarse a reír ella también.

—De modo que lo encuentras divertido, ¿eh?

—Aja. —Alelí sacó de la bolsa una barrita de regaliz y empezó a mordisquear uno de los extremos—. Tía Lali, ¿mamá tendrá al bebé pronto?

—Más o menos. Todavía faltan unos dos meses para que nazca.

—¡Oh!

Alelí arrugó la frente con descontento, arrancó con los dientes un trozo de la barrita de regaliz y la masticó haciendo mucho ruido.

Lali la contempló de una forma pensativa. ¿Acaso era ésta la razón de que Alelí estuviera tan de malhumor últimamente? ¿Porque tenía celos del bebé? Claro, Alelí siempre había sido la pequeña de la familia y no quería ceder su lugar a otra persona.

—¿Sabes una cosa? Tú serás diez años mayor que el bebé. Tienes la misma edad que tenía tu madre cuando yo nací. —Alelí la observó en silencio y con una de las mejillas abultada por el regaliz—. Cuando yo era pequeña —conminó Lali—, tu madre tuvo que enseñarme muchas cosas y yo intentaba imitarla en todo. La seguía a todas partes. Ella me contaba historias, me peinaba e incluso me ayudaba a vestirme por las mañanas. Yo pensaba que ella era la mejor hermana mayor del mundo.

Estrictamente hablando, Lali no recordaba mucho acerca de su relación con Candela, pero Alelí no lo sabía.

Alelí parecía fascinada.

—¿Yo también haré cosas como éstas por el bebé?

—Bueno, seguro que él o ella dependerá de ti como yo dependía de tu madre...

Lali se sintió satisfecha al ver la expresión concentrada del rostro de la niña, de modo que no le comentó nada más en relación con aquella cuestión y le sonrió mientras llegaban al otro lado de la calle. De repente, la mano de Alelí se quedó fláccida y Lali dirigió la mirada hacia ella. Alelí había empalidecido y tenía unos ojos como platos.

—¿Qué ocurre? ¿Qué...?

—Mariana —la interrumpió alguien hablando en voz baja.

Lali levantó la vista y se encontró con los ojos azul intenso de Benjamín Amadeo.


Continuará...

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