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martes, 5 de mayo de 2015

Capítulo - 19



Los alrededores de la casa de los Fanin hervían de gente, animales y vehículos. La casa parecía más un hotel que un hogar y era tan grande que podía albergar a incontables invitados y visitantes. Durante la tarde, harían una barbacoa y celebrarían una fiesta y la boda tendría lugar a la mañana siguiente. Después, habría un baile y dos días de festejos.

—No me imaginaba que acudiría tanta gente —le susurró Lali a Candela, quien rió con sarcasmo.

—Por lo visto, la señora Fanin ha invitado a unos cientos de sus amigos más íntimos. Supongo que creyó que un número menor de invitados la habría hecho parecer una tacaña. ¡Mira allí, está en el porche, y se ha propuesto dar la bienvenida a todo el mundo! ¿Qué te parecería sonreír a quinientas personas colocadas en fila? ¡A esto le llamo yo hospitalidad!

Agustín y Nicolás ayudaron a las mujeres a bajar del carro. Stéfano vio a un amigo y se marchó a toda prisa para reunirse con él. Lali apartó la mirada de Nicolás mientras se apoyaba en él para bajar del carro. Antes de que pudiera alejarse, él la detuvo con un gesto.

—Te vigilaré la mayor parte del tiempo. Será mejor que no te pille cerca del chico Amadeo. Y lo digo en serio, Mariana.

—Creí que habian establecido un alto el fuego.

—Así es, pero esto no significa que la guerra haya terminado. Y no quiero ni que saludes a ninguno de esos derribadores de vallas. ¿Me has entendido?

—No es mi guerra.

—Sí que lo es. Tú eres una Espósito.

Ella asintió levemente y se unió a Emilia y Candela, quienes se dirigían a saludar a la señora Fanin.

—¡Dios mío, cuánto tiempo sin vernos! —exclamó la señora Fanin en tono acaramelado, y sus ojos se entrecerraron con una sonrisa amplía y radiante—. ¡Oh, Mariana, qué guapa estás! Supongo que la próxima vez que nos veamos será en tu boda, ¿no?

Mariana sonrió con incomodidad.

—No lo sé.

—¡Y tú, Candela, con este calor! Tendremos que buscarte enseguida un asiento y una bebida fresquita. ¡Emilia, es increíble lo dulces que son tus dos hijas! Vengan y les enseñaré los regalos que ha recibido Ruthie.

—¿Qué le hemos regalado nosotros? —le susurró Lali a Candela mientras seguían a la señora Fanin al interior de la casa.

—Unos platos de cristal de cuarzo.

Lali no pudo ocultar una sonrisa burlona.

—Me alegra saber que le hemos regalado algo tan útil.

Candela, quien había ayudado a Emilia a elegir el regalo, levantó la barbilla con altanería.

—Ruth ya tiene todo lo que necesita. Y lo que es más importante, va a tener al hermano pequeño de Benjamín por marido.

La sonrisa de Lali desapareció de inmediato.

—Cande, si ves a Benjamín avísame, tengo que explicarle algunas cosas.

—Te estás buscando problemas, hermanita. Y no tienes que explicarle nada, él ya sabe por qué no le has devuelto sus notas ni has ido a verlo.

—Sólo avísame cuando lo veas —contestó Lali con impaciencia.

Después de admirar y realizar exclamaciones de entusiasmo por los regalos de boda que se amontonaban en varias mesas, Lali y Candela consiguieron escabullirse a sus habitaciones para dormir un rato y refrescarse antes de la barbacoa. Emilia se quedó con la señora Fanin para ayudarla a recibir al resto de los invitados.

Una brisa fresca entró en la habitación de Lali aligerando el calor diurno, pero ella no logró dormirse. Lali se dirigió a la ventana y contempló la actividad del exterior. Cientos de personas se saludaban al reencontrarse en aquel evento y Lali intentó memorizar sus nombres para evitar, en lo posible, ofender a alguien o sentirse violenta cuando los viera más tarde.

El ambiente se tranquilizó con la llegada de la tarde y los invitados se retiraron a sus habitaciones a fin de prepararse para las actividades nocturnas. El estómago de Lali rugió cuando unos olores seductores llegaron hasta ella por el aire. No le resultó difícil visualizar al cerdo que se estaba asando en el fuego en aquellos momentos. La cena consistiría en salchichas ahumadas, res y cerdo asados y patatas, por no mencionar los distintos tipos de tartas y pasteles que se servirían como postre. Lali aflojó los cordones de su corsé, permitió que su cintura se ensanchara unos cinco centímetros y suspiró con alivio. Nadie se daría cuenta. ¡Al cuerno con la elegancia! Tenía hambre.


—¡Todo el mundo tiene un aspecto fabuloso! —exclamó Candela mientras se cogía del brazo de Agustín.

El pequeño grupo de los Espósito descendió las escaleras. Todos avanzaban con lentitud en consideración al bamboleante caminar de Candela. Emilia y Lali descendían las escaleras a ambos lados de Nicolás y el dobladillo de sus vestidos rozaba el borde de los escalones.

Lali se sintió fascinada al ver a las personas que entraban y salían de la casa. Cande tenía razón, todo el mundo tenía un aspecto fabuloso. Podría tratarse de una escena de una película y a Lali le maravilló el hecho de que se tratara de algo real. Las mujeres llevaban puestos vestidos bonitos y vaporosos adornados con una profusión de flores y encajes. Sus diminutas cinturas estaban sujetas con unos fajines drapeados y unas cintas con lazos enormes, y llevaban el pelo rizado con múltiples tirabuzones y sujeto en moños voluminosos.

El aspecto de los hombres, que iban ataviados con sus mejores galas, todavía resultaba más sorprendente. Después de ver a los hombres vestidos, durante tanto tiempo, sólo con tejanos desgastados y camisas de algodón, verlos con ropas elegantes constituía un auténtico placer. Muchos vestían camisas de color claro, pañuelos de seda brillante y exquisitas botas confeccionadas por encargo. Los más adinerados vestían ropa moderna de ciudad: pantalones a rayas, chaquetas ligeras de verano y chalecos de satén. Lali sintió deseos de reír al darse cuenta de que la mayoría llevaba el pelo brillante y engominado con aceite de Macassar. Lo llevaban aplastado contra la cabeza y se habían alisado las ondas y los rizos.

—Esta noche estás radiante —declaró Nicolás con voz grave.

El color rosado de su vestido resaltaba el tono melocotón de su piel y hacía que sus ojos marrones parecieran más oscuros. El escote era moderadamente bajo y las mangas eran cortas, y su cuello y sus hombros quedaban al descubierto. La doble falda de su vestido estaba ribeteada con unas cintas trenzadas que crujían cuando ella se movía.

Lali sonrió a desgana.

—Gracias, papá.

—Sólo te haré una advertencia: no quiero verte hablando con el chico de los Amadeo.

—No me verás —contestó ella con voz dulce.

Hablaría con Benjamín, pero se aseguraría de que Nicolás no los viera.

En el exterior, varios violines, una guitarra y un banjo ofrecían su música y había cintas y adornos de papel coloreado por todas partes. Los invitados se desplazaban a lo largo de las mesas y llenaban sus platos con raciones generosas de todo tipo de comida, desde carne de cerdo crujiente a tarta de frambuesa. Cuando se acercaron a las mesas, Lali de pronto se vio asediada por múltiples ofertas de ayuda.

«Señorita Mariana, permítame servirle un poco de esto... »

«Señorita Mariana, ¿puedo sostenerle el plato mientras decide qué quiere comer?»

Lali enseguida se dio cuenta de que la mayoría de aquellos hombres eran del rancho Sunrise. Según le explicó Candela más tarde, todos los vaqueros del rancho consideraban que era una función especial y un privilegio para ellos cuidar de las mujeres de la familia Espósito. Lali se vio rodeada de una pequeña multitud de hombres que se habían adjudicado el papel de guardianes y protectores de ella y le divirtieron y le conmovieron sus maniobras mientras rivalizaban por conseguir sus atenciones. En muchos aspectos, eran hombres rudos, pero su sentido de la cortesía era intachable. Ella, de una forma temeraria, prometió bailar con todos ellos la noche siguiente y se echó a reír cuando ellos simularon pelearse por el orden de los bailes.

—Si fuera tú, yo reservaría un baile para alguien en concreto —le murmuró Candela.

Lali sonrió levemente mientras introducía un trozo de pollo tierno en su boca.

—¿Para quién?

—Mira hacia allí, para quien está hablando con el señor Fanin.

Lali siguió la mirada de Candela y dejó de masticar cuando vio a un hombre esbelto y atractivo que hablaba con el señor Fanin mientras sostenía una bebida en una mano y gesticulaba con la otra. Vestía unos pantalones de color beige, una camisa blanca y un chaleco estampado que enfatizaba sus anchos hombros. Lali no podía ver su cara, pero vio que su pelo negro estaba bien recortado por detrás. Su postura, enderezada y de autoconfianza, parecía proclamar que era un hombre con el que resultaba peligroso jugar.

Lali volvió a masticar sin dejar de mirarlo.

—Interesante —comentó— ¿Quién es?

—¡Es Peter, tonta!

Lali casi se atragantó.

—¡No, no lo es!

—¿Estás ciega? Fíjate bien.

—No, no es él —insistió Lali con tozudez mientras tragaba con dificultad—. Peter no es tan alto ni tan... —Su voz se apagó cuando él volvió la cabeza en respuesta al saludo de alguien y ella reconoció su perfil—. ¡Es Peter! —exclamó Lali sorprendida.

—Ya te lo he dicho.

Lali siempre había visto a Peter vestido con tejanos, ropa de trabajo y un sombrero polvoriento. ¿Cómo se había convertido en aquel hombre elegante y bien arreglado? Parecía él y, al mismo tiempo, se lo veía tan distinto que a Lali le costó creer lo que le decían sus ojos.

—Míralo, hecho todo un caballero —declaró casi sin aliento mientras intentaba ignorar la agitación que sentía en el pecho.

—Es guapo, ¿verdad?

—Todos los hombres se ven mejor después de un baño y con ropa limpia.

Candela soltó un respingo.

—¡Vamos, di la verdad, Mariana!

Pero Lali no pudo responder. Peter había percibido su mirada de asombro y la estaba mirando. Sus ojos reflejaban una apreciación insolente que aceleró el pulso de Lali. Peter sonrió con indolencia y volvió a centrar su atención en el señor Fanin, como si sintiera poco interés por Lali.

Lali no pudo evitar sentirse tensa durante el resto de la cena, esperando, en todo momento, sentir el contacto de la mano de Peter en su brazo o su voz junto a su oído. Tarde o temprano él tendría que acercarse a saludar, aunque sólo fuera por cortesía. Y, cuando se acercara, ella lo pondría en su lugar sin titubear. ¡Por muy guapo que fuera, ella le demostraría la indiferencia que sentía hacia él! Sin embargo, la tarde avanzó, pero Peter no se acercó a Lali en ningún momento y ella se sintió desilusionada al no poder hablar con él.

«Su tiempo es cosa suya y Dios sabe que no me importa en absoluto cómo lo emplee —pensó Lali mientras intentaba acumular cierta cantidad de desdén—. ¡Que hable con todas las mujeres menos conmigo! A mí no me importa nada.»

Cuando la gente se hubo hartado de comer y la comida empezó a aposentarse en sus atiborrados estómagos, la tarde se volvió tranquila y perezosa. Las voces que antes eran animadas, se volvieron lánguidas, la gente se reclinó en los asientos y los párpados se entrecerraron con satisfacción.

—¡Mira quién viene! —exclamó Candela mientras comía el último bocado de jamón de su plato.

Dos jóvenes se acercaban a ellas. Ambas llevaban puestos vestidos de tela de batista a rayas y corpiños bajos que dejaban ver las camisas de muselina de debajo. Las mujeres le resultaban vagamente familiares, pero Lali no tenía ni idea de cómo se llamaban. Bajó la mirada a toda prisa y se llevó una mano a uno de los ojos.

—No puedo ver de quién se trata, tengo algo en el ojo —balbuceó Lali—. ¿Quiénes son?

—Es Ruthie y tu vieja amiga Melissa Merrigold —explicó Candela—. Melissa será la dama de honor de Ruthie. ¿Te encuentras bien?

—Sólo se me ha metido una pestaña en el ojo. —Lali levantó la vista, parpadeó varias veces con rapidez y simuló experimentar un alivio inmediato—. Ya está. Mucho mejor. ¡Vaya, Ruthie y Melissa! ¿Cómo están?

Ruthie, una joven guapa, de pelo negro y cara larga y estrecha sonrió con amplitud.

—Muy bien. Hemos venido para saber si les ha gustado la cena.

—Yo quería ver de cerca tu vestido, Mariana —intervino Melissa, y abrazó a Lali como si fuera una vieja amiga. Melissa era alta y esbelta, de ojos redondos y azules, pómulos pronunciados y manos largas y elegantes—. ¡Es el vestido más bonito que he visto en mi vida!

—Gracias —declaró Lali mientras sonreía al oír su inocente halago. Lali se sintió obligada a devolverle el cumplido—. A mí también me gusta tu vestido, sobre todo los lacitos.

El cuello de la camisa y las mangas estaban adornados con lacitos de colores.

Melissa cogió uno de los lacitos de su manga izquierda y lo ajustó al ángulo adecuado. Lali vio que su dedo meñique estaba torcido de una forma antinatural, como si se lo hubiera roto en cierta ocasión y no hubiera cicatrizado correctamente. Lali contempló aquella mano larga y blanca y abrió mucho los ojos. De repente, tuvo la visión de dos niñas tirándose una pelota. Una de ellas la lanzó muy alto. «Intenta coger ésta, Missy!» Por desgracia, Melissa la cogió mal y se rompió el meñique.

—Missy, ¿alguna vez te duele el dedo? —preguntó Lali con una voz extraña.

Melissa le sonrió y alargó la mano en una pose estudiada.

—¿Este dedo? Es mi único defecto. No me digas que estabas pensando en aquella tarde.

—¿Missy? —preguntó Ruth arqueando una ceja—. Nunca había oído a nadie llamarte de esta forma.

—Mariana es la única que me llama así —contestó Melissa mientras sonreía a Lali con simpatía—. Lo hace desde que éramos pequeñas. Y no, el dedo nunca me duele, sólo está un poco torcido. No lo habías mencionado en años.

—Pero se te rompió por mi culpa, porque te lancé la pelota muy alto.

—No, fue culpa mía. Siempre he sido muy torpe. Nunca he sabido agarrar nada, salvo a los hombres. —Melissa miró a Candela, quien se movía con incomodidad en la silla—. Cande, ¿cuándo nacerá el bebé? ¿Pronto, no?

Mientras Candela y Missy hablaban, Ruth se apoyó en la silla que había al lado de la de Lali, se inclinó hacia ella y le susurró:

—Harlan me ha dicho que tu padre no te permite ver a su hermano.

—Así es. Dime, ¿cómo está Benjamín? No lo he visto desde hace días.

—Está a punto de morirse de soledad —explicó Ruth con ojos chispeantes—. No sé qué le has hecho. No quiere mirar a ninguna chica salvo a ti.

—No lo he visto por aquí.

—Está con sus amigos planeando algo para esta noche. —Ruth rió con nerviosismo—. Al ser la última noche de soltero de Harlan, se están emborrachando para divertirse. Pero sí, Benjamín está por aquí, y según Harlan, intentará verte después de la cena.

—Gracias, Ruthie.

Después de aquello, Lali apenas prestó atención a las conversaciones que se mantenían a su alrededor, pues su atención estaba fija en el clan de los Amadeo, quienes estaban al otro extremo de la muchedumbre.

En el centro del grupo, estaba sentado un hombre robusto, de manos enormes y carrillos caídos y abultados. Tenía los ojos de un color azul brillante, era pelirrojo y de complexión rubicunda. Aunque ya había acabado de cenar, tenía en el regazo un plato lleno de comida y picaba algo de vez en cuando. Su aspecto era majestuoso, lo que encajaba con sus proporciones. Tenía que ser George. Lali vio que algunos de sus hijos estaban a su alrededor, entre ellos, Harlan, quien pronto sería un hombre casado, pero no había ni rastro de Benjamín.

Cuando el sol empezó a ponerse, la multitud se dispersó. Durante el resto de la velada, los hombres y las mujeres estarían separados. Los hombres celebrarían las últimas horas de soltería de Harlan con bebidas alcohólicas y consejos indecorosos, mientras que las mujeres ayudarían a Ruth a abrir los regalos y charlarían y se reirían tontamente de los hombres y de sus rarezas. Después, todos se retirarían pronto a fin de estar descansados para el día siguiente.

Lali se dirigió a la casa con Candela. Se sentía perdida, fuera de lugar. Justo antes de subir las escaleras, vio que Benjamín la miraba con expresión urgente desde la esquina de la casa.

—¡Mariana! —la llamó Benjamín en voz baja mientras realizaba señas para que ella fuera a hablar con él.

Lali se detuvo y miró con rapidez a su alrededor mientras se preguntaba si alguien notaría su ausencia. Seguro que no, pues todos estaban centrados en las actividades que se avecinaban.

—¡Mariana, no! —exclamó Candela, y apoyó una mano en el brazo de Lali sin mirar a Benjamín—. No merece la pena. Papá se enterará.

—No si tú no se lo cuentas.

La voz de Candela se volvió más aguda a causa de la irritación que experimentó.

—Yo no se lo contaré, pero lo descubrirá de todos modos. No seas loca.

—Yo ya puedo tomar mis propias decisiones. —Lali apartó el brazo—. No tardaré, Cande.

—Debería zarandearte —murmuró Candela, y subió los escalones sin volver la vista atrás mientras Lali se escabullía con Benjamín en busca de privacidad.


Continuará...

+10 :(

13 comentarios:

  1. osea peter no se el acerca!!! nada que ver osea todos los hombre se le acercan menos el!!1
    y luego bengamin :? creo que asi vera a peter por que nico lo mandara por ella :?
    MAS!!!!

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  2. quiero más capitulos más más más

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  3. odio a b! En realidad siempre lo odio

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  4. mas mas mas mas mas mas mas

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  5. como le gusta meterse en problemas a Lali :D



    Subí mas porfa

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  6. Como le gustan los lios
    Me da miedito lo q pueda hacer benjamin
    Mass

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  7. aayy a lali le encantan los problemas veremos que pasa otrooo

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  8. espero k a Cande no se le escape nada

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