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sábado, 2 de mayo de 2015

Capítulo - 11



—Papá, ya sé que confías en él —replicó Lali con voz temblorosa—. Sé que dependes de él y que te preocupas por él, pero constituiría un error colocarlo en ese puesto cuando tú ya no estés.

—Vamos, cariño —contestó Nicolás en tono tranquilizador—, ya sé que te sientes un poco decepcionada por tener sólo la propiedad de Sunrise en lugar de todo ese dinero, pero ésta es la única forma de que el rancho no se divida en pedazos. Peter es mi única garantía en este sentido. No quiero que el rancho desaparezca sólo porque yo lo haga. Es tan simple como esto.

—¿Se lo has dicho a Peter?

—Todavía no.

—Sería una buena idea que esperaras un poco para contárselo —murmuró Lali.

Como Nicolás no le contestó, ella guardó silencio e intentó concentrarse en el paraje que los rodeaba en lugar de enfrascarse en una discusión inútil, pues sabía que discutir con Nicolás no ayudaría en nada. «Más tarde», se prometió a sí misma. Más tarde, cuando hubiera elaborado unos argumentos convincentes, hablaría con Nicolás.

En aquel momento, el paisaje estaba plagado de hombres y ganado y el aire era denso debido al polvo, al olor de los animales y al sudor. Miles de reses eran tratadas contra la moscarda y el gusano barrenador, quienes se instalaban en las heridas abiertas de los animales y se alimentaban de su carne sanguinolenta. A los sufridores cuernos largos, se les embadurnaba con una mezcla de grasa y ácido carbólico que mataba a los enormes gusanos y aliviaba el espantoso dolor que padecían las reses.

Sin embargo, los cuernos largos no sabían que los hombres intentaban ayudarlos y reaccionaban con violencia. Feroces maldiciones se elevaban hacia el cielo mientras los hombres esquivaban a las reses que los embestían. Unas nubes de polvo se elevaban y volvían a posarse alrededor de las activas figuras y ensuciaban las ropas y la piel de los hombres. Y a su alrededor; el ganado se revolvía como un río de aguas marrones.

Nicolás y Lali se detuvieron para observar la escena, pero se mantuvieron a una distancia prudente.

—Duro trabajo —comentó Lali casi para ella misma—. Tostándose al sol. Resultando heridos con facilidad. Sin ninguna máquina que les ayude ni tiempo para descansar. No tiene mucho sentido que alguien quiera realizar este tipo de trabajo.

—Pues espera a que desaten a los ejemplares de peor carácter —declaró Nicolás con una sonrisa.

—¿Por qué lo hacen? ¿Por qué los hombres deciden ser vaqueros?

—No creo que un hombre se formule nunca esa pregunta. Lo es o no lo es, eso es todo.

—No tiene ningún encanto. No tiene nada que ver con las descripciones que aparecen en las novelas y las revistas. Además, sin duda no reciben mucho dinero como recompensa.

—¡Y un cuerno que no! Yo les pago a mis chicos cuarenta dólares al mes. Esto es casi diez veces más de lo que conseguirían por el mismo tipo de trabajo en cualquier otra parte del país.

—Sigo sin entender qué es lo que los atrae de este trabajo.

Nicolás no la escuchaba.

—Vamos, cariño, Peter está allí intentando sacar a una res de la ciénaga.

Ella lo siguió a desgana y cabalgó pradera abajo hacia la ciénaga en la que dos toros se habían quedado atascados cuando se sumergieron en el barro para librarse de las nubes de moscas que los acosaban. Uno de los toros lanzaba berridos lastimeros, mientras que el otro, exhausto, permanecía en silencio mientras los vaqueros tiraban de él con cuerdas atadas a las sillas de sus monturas.

Lali apretó los labios con desdén cuando vio a Peter, quien había atado las cuerdas a uno de los toros. Sus tejanos estaban empapados de barro hasta más arriba de las rodillas. Parecía que se hubiera revolcado en el barro con las reses. El sudor formaba surcos en su rostro cubierto de tierra y en su cuello y pegaba su pelo negro a su nuca. Aquél era el lugar al que Peter pertenecía, a la suciedad.

—Por lo visto, hoy a Peter le ha tocado la peor parte —comentó Lali con un deje de satisfacción en la voz.

—A Peter no le asusta el trabajo. —Nicolás contempló con orgullo a su capataz—. Ésta es una de las razones por las que lo respetan. Ellos saben que él no les pedirá nada que no esté dispuesto a realizar él mismo. No hay nada más duro que trabajar para un hombre que es más holgazán que tú, Mariana, del mismo modo que resulta fácil trabajar duro para alguien a quien respetas.

Aquello no encajaba del todo con la imagen que ella tenía de Peter Lanzani. Después de todo, él asesinaría a Nicolás para su beneficio personal. Dinero fácil. Ese tipo de hombres no sentía inclinación por el trabajo duro, ¿no? A Lali no le gustó descubrir que Peter tenía unas cuantas cualidades positivas que podían enturbiar su visión de él como criminal sin escrúpulos. Ella quería que todo fuera claro.

¡Si hubiera alguien con quien pudiera hablar acerca de Peter! ¡Alguien que la ayudara a sobrellevar la carga del silencio! Pero, de una forma que resultaba exasperante, todo el mundo se sentía encantado con Peter. Todos lo admiraban y lo respetaban, pues no sabían el tipo de hombre que era.

Como si hubiera notado su mirada, Peter volvió la cabeza hacia ella. A Lali le sorprendió la intensidad del color de sus ojos, que eran como dos esmeraldas bordeadas por unas pestañas negras y espesas y encastadas en su rostro curtido. Durante un segundo, Lali se quedó paralizada, atrapada por la intensidad de su mirada. A pesar de la distancia que los separaba, parecía que él pudiera leerle la mente y Lali se ruborizó. Cuando, por fin, él volvió a centrar su atención en el toro encallado en el barro, Lali se sintió aliviada. El animal se tambaleó hacia delante sobre sus patas inseguras y se derrumbó en la orilla de la ciénaga, pues había perdido la voluntad de hacer otra cosa que no fuera permanecer allí echado y morir. Los hombres, sudorosos, intentaron levantar a la temblorosa res sobre sus patas. Tras una larga lucha, consiguieron su objetivo y el animal se alejó tambaleante en busca de un lugar para pastar. Peter dejó que los hombres salvaran al otro animal y se acercó a Nicolás y a Lali mientras se limpiaba las manos en la parte trasera de sus pantalones. Lali notó que la sonrisa de Peter se volvió fría cuando la miró a ella y algo en su interior se agitó con intranquilidad.

—Señorita Mariana, espero que nuestras palabrotas no te hayan ofendido.

Peter levantó la barbilla y la miró con los ojos entrecerrados. Como pretendía, su comentario le recordó a Lali que estaba fuera de su terreno y que aquel entorno pertenecía exclusivamente a los hombres. El lenguaje, el trabajo, la ropa..., todos los detalles constituían un auténtico contraste con el entorno femenino al que, en general, se veían relegadas las mujeres. Según los dictados de aquel mundo, ella debería estar en la cocina o inclinada sobre una labor de costura y no cabalgando por las praderas con su padre.

—He oído palabras peores que éstas —replicó ella—. No esperaba menos.

Peter la miró, pero mantuvo sus pensamientos bien escondidos. No podía explicarse por qué sus sentimientos hacia ella habían empezado a cambiar. Desde el momento en que se conocieron, se desagradaron el uno al otro y, cada vez que ella regresaba a casa durante las vacaciones, su rechazo mutuo aumentaba.

Él había esperado con terror el día en que Lali regresara para siempre de la academia para señoritas. No soportaba los jueguecitos a los que a ella tanto le gustaba jugar, sus caprichosos cambios de humor y su habilidad para alterar a los demás y manipular a su antojo a quien quisiera. Ella siempre se había mostrado altanera con él, hasta que le intrigó la falta de interés que él mostraba hacia ella, lo cual desembocó en la escena del establo en la que ella intentó seducirlo. Como él la rechazó con frialdad, Mariana decidió tratarlo con absoluto desprecio, lo cual a él ya le iba bien.

Pero después... Parecía increíble, pero, en un abrir y cerrar de ojos, ella había cambiado. Resultaba imposible saber si se trataba de un cambio permanente o temporal, pero la nueva Mariana producía en él un efecto distinto al de la anterior. Peter no se había dado cuenta antes de lo guapa que era, de lo vulnerable y encantadora que podía ser. Incluso casi deseaba haber aceptado su oferta de aquel día en el establo. Al menos así no se estaría preguntando qué sentiría al tener el cuerpo de ella bajo el suyo. Pero ahora nunca lo sabría y, aunque era mejor así, a su pesar, ella lo fascinaba.

Lali miró a su alrededor y observó a aquellos hombres sucios y sin afeitar con la ropa empapada en sudor, los bigotes desarreglados y las patillas largas. Ellos la miraban a ella de una forma encubierta. Si Nicolás no hubiera estado allí, ella no se habría sentido segura.

Peter percibió su expresión de inquietud y sonrió abiertamente.

—Todos nosotros somos diamantes en bruto. Nunca encontrarás a un grupo de caballeros que sienta más respeto hacia las mujeres que nosotros. Algunos incluso han cabalgado cientos de kilómetros para ver a una mujer de buena reputación.

—¿Incluido tú, señor Lanzani? —preguntó ella con voz baja y letal.

—A mí, en particular, nunca me han interesado las mujeres de buena reputación, señorita Mariana.

Lali se enervó interiormente. ¡Oh, cómo le gustaba pronunciar su nombre con la dosis exacta de desdén! ¿Cómo podía Nicolás permanecer al margen y no darse cuenta de que Peter la insultaba de una forma velada?

—Constituye un alivio saber que las mujeres decentes están a salvo de tus atenciones, señor Lanzani.

Él sonrió de una forma relajada y la miró de arriba abajo.

—Te advierto que, de vez en cuando, hago una excepción.

Nicolás se rió con estruendo.

—La llave para acceder al corazón de Mariana es halagarla, Peter, halagarla mucho. Los halagos ayudan mucho a suavizar su disposición.

—Sólo si son sinceros —intervino Lali, y miró a Peter de una forma significativa—Y, en general, puedo ver a través de la fachada de los demás.

—No sabía que le concedías tanta importancia a la sinceridad, Mariana —contestó Peter.

—Entonces es que no sabes tanto de mí como creías saber.

—Sé lo suficiente para haberme formado una opinión acertada.

—Estupendo, fórmate tantas opiniones acerca de mí como quieras, siempre que yo no tenga que oírlas. Tus opiniones me aburren.

Peter entrecerró los ojos.

Nicolás interrumpió, con sus risas, el silencio que se produjo a continuación.

—Ustedes dos nunca se rinden?

—Tengo que volver al trabajo —declaró Peter mientras miraba a Lali y se tocaba el ala del sombrero con un gesto que tenía poco de amabilidad.

—¡Estupendo, está como loco! —exclamó Nicolás con alegría mientras Lali contemplaba a Peter dirigirse de nuevo a la ciénaga.

—¿Por qué te alegras tanto? —preguntó ella con la mandíbula apretada—. ¿Y por qué le permites hablarle así a tu hija?

—Para empezar, en relación con Peter, tú te defiendes mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Y, para continuar, me arrollarías como un tornado si interviniera. A ti te gusta discutir con él. ¡Demonios, a mí también me gusta discutir con él! La diferencia es que tú consigues enloquecerlo y yo no y, de vez en cuando, me gusta verlo fuera de sí. Es bueno para un hombre perder el control de vez en cuando y no resulta fácil conseguir que Peter se altere. De hecho, tú eres la única que lo consigue de verdad. Cuando estás cerca, Peter se quiebra como la pasta de hojaldre.

—Pues yo no lo hago a propósito —murmuró Lali.

Dios bien sabía que ella no tenía ninguna razón para provocarlo. Esto no ayudaba a su objetivo. ¡Si pudiera tragarse las palabras hirientes que acudían a su boca cuando Peter le hablaba! ¡Si lograra mantenerse fría y calmada cuando él se enfadaba tendría una gran ventaja sobre él! Pero ella no conseguía guardar silencio o mantener el autodominio, pues su mera presencia le producía una gran tensión. Cuando Peter estaba cerca, no conseguía controlar sus sentimientos y no podía evitar decir las cosas que decía. Peter sacaba al exterior lo peor de ella y, por lo visto, ella sacaba lo peor de él.

Un grito apremiante de Nicolás, quien se había inclinado sobre su silla, interrumpió sus pensamientos.

—¡Eh! ¡El toro se ha vuelto contra ellos, que alguien lo sujete!

Al ver lo que ocurría, Lali abrió los ojos con alarma. Cuando el toro logró salir de la ciénaga, rabioso y listo para la lucha, volvió con enojo sus cuernos contra sus rescatadores. El toro sacudió los cuernos de una forma amenazadora frente al hombre que tenía más cerca y enseguida lo embistió mientras sus potentes músculos se ponían en tensión bajo su piel cubierta de barro. A continuación, Lali sólo vislumbró una gran agitación. El vaquero que recibió la embestida profirió un grito. Los otros vaqueros lanzaron los lazos para sujetar e inmovilizar al toro, pero debido a las nubes de polvo y la exaltación del momento, fallaron. Lali soltó un grito al ver el brillo rojo de la sangre y el cuerpo del vaquero que caía, fláccido, al suelo.

La res, enloquecida por el chasquido de las cuerdas, se volvió con ímpetu hacia un lado. Peter se agachó junto al cuerpo inerte del vaquero, lo cogió por el zahón y tiró de él para alejarlo del animal. El toro percibió el movimiento de inmediato e inclinó la cabeza para embestir el cuerpo que se deslizaba por el polvo.

—¡Inmovilícenlo! —gritó Peter con voz áspera.

Otro de los lazos falló en su intento de atrapar uno de los largos cuernos del animal. La voz de Peter volvió a surcar el aire:

—¡Oh, mierda!

Alguien le lanzó un rifle, el cual aterrizó con solidez en las manos de Peter. Él lo cogió por el cañón y lo levantó en el aire. Al comprender lo que iba a hacer, el corazón de Lali se detuvo.

—¡Papá! —susurró mientras se preguntaba por qué nadie disparaba al animal.

Nicolás no dijo nada.

Peter arqueó el cuerpo hacia atrás mientras levantaba más el improvisado garrote y lo dejaba caer con furia sobre la frente del toro. El animal cayó al suelo sin emitir ningún sonido y la inercia de su embestida hizo que se deslizara por el suelo hacia delante, hasta que Peter no tuvo más remedio que retroceder unos pasos. El extremo de uno de los cuernos del toro quedó junto a una de las botas de Peter, quien permaneció inmóvil mientras contemplaba al tembloroso animal. El silencio se extendió por la pradera.

—¿Puede alguien colocarle un lazo al toro? —preguntó por fin Peter sin dirigirse a nadie en particular y, tras suspirar, se dirigió al vaquero que yacía en el suelo.

—¿Lo has matado? —preguntó Nico mientras desmontaba de General Cotton.

—No, sólo lo he atontado un poco. No nos causará problemas durante un rato.

—¿Cómo está el muchacho?

Lali tenía problemas para calmar el estado de nervios de Jessie, pero en cuanto la yegua se tranquilizó, Lali desmontó y dejó las riendas colgando.

—No muy bien —contestó Peter de una forma taciturna—. Tiene un par de pinchazos en el costado y una herida en la cabeza que necesitará unos cuantos puntos. Watts, tráeme hilo y aguja. El resto ya pueden volver al trabajo. Hay un número considerable de animales por ahí que necesitan tratamiento.

—Papá, ¿llevas encima algún tipo de licor? —preguntó Lali en voz baja.

—Siempre. —Nicolás sacó de uno de los múltiples bolsillos de su chaleco una petaca de plata con sus iniciales grabadas y se la tendió a Lali con una sonrisa amplia—. ¿El whisky te va bien?

—Perfecto.

Lali agitó la petaca para calcular la cantidad de licor que contenía y se dirigió a los hombres que estaban en el suelo. Peter apretaba un trozo de tela contra el costado del vaquero y frunció el ceño cuando vio que Lali se acercaba a ellos.

—¡Por el amor de Dios, vuelve a tu caballo! —soltó—. ¡Y procura no desmayarte!

—Desmayarme es la última cosa que pienso hacer —replicó ella con brusquedad mientras se arrodillaba junto al muchacho herido.

Por primera vez, sabía con exactitud cómo manejar la situación. ¡Oh, cómo deseaba avergonzar a Peter contándole que había trabajado como enfermera durante los últimos tres años!

—No has pedido que te traigan un antiséptico. El whisky funcionará.

Él cogió la petaca con una mano mientras, con la otra, apretaba un pañuelo doblado sobre la herida.

—Estupendo. Se agradece tu ayuda. Ahora sal de en medio.

Lali se mantuvo firme y no se movió. De repente, sintió unos deseos intensos de ayudar. De algún modo, en aquella vasta tierra rodeada por la valla del rancho Sunrise, entre todos aquellos desconocidos y sus confusos rituales, en medio de todos aquellos hombres de temperamento brusco y aquel océano de reses, había encontrado algo que sabía hacer. Ella sabía cómo curar una herida y, en los casos de emergencia, ella era una de las mejores enfermeras del hospital. Nadie podía criticar sus vendajes y su forma de coser las heridas. Sin embargo, Peter no sabía nada de todo esto y pretendía impedirle actuar. Lali tenía que demostrar y demostrarse a sí misma que era útil. Ella podía pertenecer a aquel lugar y tenían que darle la oportunidad de demostrarlo.

—Puedo ayudar —declaró Lali—. Me quedaré.

Peter dejó caer la petaca y cogió con fuerza la muñeca de Lali.

—Sólo lo diré una vez —declaró Peter con los dientes apretados—. Éste no es el momento para que juegues a hacer de ángel. Este muchacho no necesita que lo cojas de la mano. No necesita que lo arrulles ni que le hagas caiditas de párpados, de modo que aparta tu lindo trasero y quítate de en medio, si no lo haces te arrastraré yo mismo tirándote del pelo. Y no me importa si tu padre lo ve o no.

—¡Quítame la mano de encima! —exclamó Lali entre dientes y con los ojos brillantes de rabia—. ¿Pretendes coser su herida con tus sucias pezuñas? Yo sé más de coser heridas de lo que tú nunca soñarías aprender. ¿Crees que me ofrecería a hacerlo si no supiera cómo se hace? ¡Suéltame! Y si quieres ser útil, abre la petaca y dame el pañuelo que tienes alrededor del cuello.

Peter le lanzó una mirada dura e inquisitiva. Ella percibió un destello de rabia y, a continuación, un principio de curiosidad. Poco a poco, Peter le soltó la muñeca.

—Será mejor que cada una de tus puntadas sea perfecta —declaró él con voz suave pero amenazadora—. Y si no eres capaz de respaldar tus palabras con tus hechos, responderás ante mí. ¿Lo comprendes?

Ella asintió con un movimiento seco de la cabeza y el alivio que experimentó liberó la presión que sentía en el pecho.

—¿Qué tipo de hilo trae Watts? —Lali empapó el pañuelo con whisky y mojó la herida del vaquero—. Seguro que es de algodón barato.

—No nos podemos permitir hilo de seda —contestó Peter con soma.

—Yo sí. ¿Tienes un cuchillo?

—¿Para qué?

—¿Tienes un cuchillo? —repitió ella con impaciencia.

Peter desenvainó un cuchillo que llevaba en el cinturón y se lo tendió por la parte del mango. Ella hurgó debajo de su falda pantalón, estiró una pierna y cortó una de las cintas de color rosa que adornaban el encaje de sus bombachos. Al ver la bien formada pantorrilla que asomaba por la caña de su bota, varios de los hombres que observaban la escena a cierta distancia murmuraron y profirieron exclamaciones.

—¡Dios, se hablará de esta visión en los barracones durante años! —murmuró Peter extrañamente crispado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lali mientras volvía a bajar el borde de su falda y volcaba su atención en la cinta. Con un movimiento experto de la mano, Lali arrancó un hilo de la cinta—. ¡Ah, te refieres al hecho de que haya enseñado la pierna! ¡Cielos, no me acordaba de que mi pudor era más importante que ayudar a un hombre herido! —exclamó con sarcasmo—. ¡Qué comportamiento tan indigno de una dama! Pero seguro que a ti no te he impresionado.

Su sonrisa burlona desapareció al ver la expresión de Peter, pues parecía que hubiera hecho algo realmente indecente, algo que realmente le había impresionado.

Una visión rápida de su pierna no podía causar aquel efecto en los hombres. Ella y sus amigas habían paseado por las calles de Sunrise con faldas que les llegaban a las rodillas y, muchas veces, los hombres con los que se cruzaban ni siquiera las miraban dos veces.

Lali le devolvió el cuchillo y los dedos de Peter se curvaron sobre el mango. Lali se sintió impresionada al verlos. Las manos de Peter eran fuertes y mostraban signos de haber realizado trabajos duros; sin embargo, eran extrañamente sensibles. Eran las manos de un asesino. Lali se ruborizó, apartó la mirada de las manos de Peter y volvió a centrar su atención en el hilo. Se sintió aliviada cuando Watts llegó con un papel insertado con agujas y unas tijeras. Lali enhebró la aguja más limpia que encontró y lo empapó todo con el whisky. Con cuidado, ensartó uno de los bordes de la carne abierta con la aguja, a continuación, la clavó en el otro borde y los unió con un nudo hábilmente realizado.

—¿No puedes hacerlo un poco más deprisa? —preguntó Peter. Lali realizó el punto siguiente con la misma calma que el anterior.

—Lo haré de modo que la cicatriz apenas resulte visible. Mira cómo queda disimulada en la línea del entrecejo...

—Sí, muy bonito, pero no ganaremos nada teniendo un cadáver con buen aspecto, de modo que date prisa.

—No tienes por qué ponerte tan melodramático. El muchacho no va a morir y tú lo sabes.

Lali reprimió la necesidad de decir algo más. No era momento para discusiones, por muy tentadora que le resultara la idea. Mientras anudaba el último punto, Peter limpió los restos de sangre de la frente del muchacho.

—Cirugía casera —comentó Lali mientras inspeccionaba la herida con orgullo—, pero un médico no lo habría hecho mejor.

—Servirá —replicó Peter sin inmutarse.

Lali contempló el rostro del muchacho y apartó de su sien un rizo de pelo enmarañado.

—Pelo rizado y pelirrojo. Apostaría algo a que se burlan de él por esta razón.

La tensión que experimentaba Peter pareció relajarse.

—¿Quién podría resistirse?

—Y además tiene pecas.

Unas pecas oscuras de color cobrizo destacaban en su piel a pesar de su intenso bronceado. El rostro inconsciente de aquel muchacho todavía era rollizo a causa de su juventud. No tenía el rostro enjuto de un adulto y parecía tan solo y vulnerable que a Lali se le encogió el corazón debido a la compasión que experimentó.

—Y un hilo de seda rosa —recalcó Peter.

Lali frunció el ceño.

—Espero que no se avergüence por esto.

—No, seguro que no querrá que le quiten nunca estos puntos. Te aseguro que alardeará durante días acerca de la procedencia de ese hilo. —Sus labios se curvaron con sarcasmo—. Será la envidia del barracón.

—No es mucho mayor que Stéfano —murmuró ella—. Pobre muchacho.

Lali sintió lástima por el hecho de que un muchacho tan joven tuviera que vivir una vida tan dura.

Contempló al muchacho sin darse cuenta de que la soledad entristecía su mirada y la compasión se reflejaba en su expresión. Peter se quedó paralizado y contuvo el aliento a causa de la sorpresa. Mariana Espósito siempre había sido una joven guapa, con demasiado ímpetu y demasiado poco corazón, una joven descarada, egoísta y de lengua afilada, y a una chica así había que evitarla. Pero en aquel momento su expresión era dulce y conmovedora como no lo había sido nunca antes. ¿Qué había sucedido para que tuviera aquel nuevo aire de vulnerabilidad? ¿Qué tipo de magia había proporcionado aquella desconcertante dulzura a su rostro? ¿Había estado allí siempre? ¿Empezaba él a darse cuenta de algo de lo que todo el mundo era consciente desde hacía tiempo?
Nicolás se acercó a Lali y contempló su obra. Parecía intrigado por lo que ella había realizado.

—¿Dónde has aprendido a coser una herida? —preguntó con voz fuerte.

Peter observó a Lali y ella se ruborizó.

—No es muy diferente a coser ropa —declaró con una media sonrisa—. Sólo un poco más sucio. ¿Qué hay de la herida de su costado? ¿Todavía sangra?

—No mucho. El vendaje temporal servirá hasta que lo llevemos de vuelta al barracón.

—Estupendo.

Lali bajó la vista y vio que tenía las mangas manchadas de sangre por lo que la tela estaba pegada a sus brazos. El olor caliente y dulce de la sangre penetró por sus fosas nasales y, combinado con el calor del sol, hizo que sintiera náuseas. Al apartar la mirada, vio al toro y no pudo evitar acordarse del golpe sordo del rifle en su cráneo. Temiendo vomitar, Lali esbozó una sonrisa temblorosa y se levantó sin pedir ayuda.

—Disculpen—murmuró, y se alejó mientras respiraba hondo y apretaba los puños.

Lali se detuvo cuando llegó junto a Jessie y se inclinó apoyando la frente en la silla. Permaneció inmóvil en esta postura y se concentró en el olor almizclado del cuero. Después de unos minutos, el contenido de su estómago empezó a asentarse.

—Toma —declaró Peter a su espalda en voz baja.

Peter tenía un pañuelo limpio y una cantimplora con agua. Lali volvió la cabeza y lo contempló con la mirada perdida mientras él humedecía el pañuelo con el agua. Incluso aguantó sin protestar que él le limpiara la cara y cerró los ojos mientras notaba el fresco tejido del pañuelo por su frente y sus mejillas.

—¿Por qué haces esto? ¿Tengo algo en la cara? ¿Qué es?

—Sólo tierra. Extiende las manos.

Lali contempló las manchas rojas de sangre que tenía entre los dedos de las manos.

—¡Oh, yo...!

—Estira los dedos.

Peter limpió con un extremo del pañuelo hasta la última mancha de sangre de sus manos. ¿Por qué era tan considerado con ella?

—Gracias.

Peter le tendió la cantimplora.

—¿Quieres agua?

Ella asintió con agradecimiento, cogió la cantimplora, inclinó la cabeza hacia atrás y el líquido se deslizó por su garganta. Después de devolverle la cantimplora, Lali miró a Peter con incertidumbre.

—Gracias —repitió mientras una pregunta flotaba en su mirada. Él le sonrió y el corazón de Lali dio un brinco.

—Hueles como una cantinera.

Ella rió sin fuerzas.

—Pues he echado tanto whisky sobre ti como sobre mí.

—Debo reconocer que has realizado un buen trabajo. Aunque habría apostado algo a que no eras capaz de hacerlo. Me pregunto cuántas sorpresas más tengo que esperar de ti, Mariana.

—Lali.

La rectificación salió de su boca antes de que ella pudiera impedirlo.

—Lali —repitió él con voz ronca—. ¿Así es como te llamaban en la academia?

—Algo así.

—¿Ya te encuentras bien?

—Sí.

—Deberías volver a la casa. Aquí hace demasiado calor.

Lali no sabía qué hacer cuando él se mostraba amable con ella.

—Sí, supongo que eso haré.

Peter deslizó la mirada por el rostro de Lali. Parecía estar a punto de formularle una pregunta, pero algo lo empujó a guardar silencio y se alejó.

Continuará...

+10 :D

12 comentarios:

  1. No te imaginas todas las sorpresas que esconde Lali, Peter!

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  2. MARA TON TON TON TON

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  3. Mariana no quiere exponerse, quiere parecerse a Mariana pero parece que las circunstancias no la dejan

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  4. otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro otro

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  5. Están descubriendo mucho d sus personalidades.

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