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miércoles, 20 de mayo de 2015

Cap / 14



Al oír lo que había dicho Lali, el fantasma, que hasta el momento había pasado inadvertido en segundo plano, exclamó:

            —¡Toma ya! —Y huyó.

            Pasmado, Peter miró a Lali a la cara.

            —No sabía que fuera gay cuando nos casamos —dijo precipitadamente ella antes de darle tiempo a reaccionar—. Chris tampoco lo sabía, o al menos no estaba preparado para asumirlo. Se preocupaba sinceramente de mí y pensaba... tenía la esperanza... de que casándose conmigo todo se resolvería. Que conmigo tendría bastante. Pero no fui suficiente para él. —Calló, con la cara roja de vergüenza. Metió la mano libre debajo del chorro del grifo y luego se refrescó las mejillas con los dedos húmedos y fríos. Ver las gotitas bajando por su suave piel fue casi demasiado para Peter que, con cuidado, apartó el brazo de su espalda.

            Animada por su silencio, Lali siguió hablando.

            —«Una mujer con tu aspecto...» He oído esa frase toda mi vida y nunca implica nada bueno. La gente que lo dice siempre cree saber exactamente quién soy sin haberse molestado en conocerme. Me consideran tonta, o falsa o una intrigante. Dan por supuesto que lo único que me interesa es tener sexo o... bueno, ya sabes lo que dan por supuesto. —Lo miró fugazmente, circunspecta, como si esperara que se burlara de ella. Como no fue así, inclinó la cabeza y prosiguió—: Maduré mucho antes que las demás. A los trece ya usaba una talla ochenta y cinco de copa. Debido a mi aspecto no les caía bien a las otras chicas, que esparcían rumores sobre mí en la escuela. Los chicos me gritaban cosas cuando pasaban en coche a mi lado. En el instituto, me pedían para salir solo para poder propasarse y mentir a sus amigos acerca de lo lejos que les había permitido llegar. Así que durante una temporada dejé por completo de salir. No me fiaba de nadie. Luego Chris y yo nos hicimos amigos. Era inteligente y divertido y amable, y no le importaba mi aspecto. Empezamos a salir: íbamos juntos a todas partes y nos ayudábamos mutuamente en los malos momentos. —Esbozó una sonrisa melancólica—. Chris ingresó en la facultad de derecho y yo en la escuela de cocina, pero continuamos estando unidos. Hablábamos a todas horas por teléfono y pasábamos juntos los veranos y las vacaciones... hasta que al final esa dinámica nos llevó al matrimonio.

            Peter no estaba del todo seguro de cómo había llegado a estar en aquella situación, allí de pie junto al fregadero, con Lali sincerándose con él. No quería oír nada de todo aquello. Siempre había detestado hablar de los problemas íntimos, ya fueran los suyos o los de otro. Pero Lali seguía hablando y él no encontraba el modo de conseguir que dejara de hacerlo. Luego se dio cuenta de que si realmente hubiera querido que se callara, a aquellas alturas ya lo habría conseguido. En realidad quería escucharla, entenderla, y aquello le daba un miedo de muerte.

            —Antes de casaros, los dos... —le preguntó, antes de poder evitarlo.

            —Sí. —Lali tenía la cara parcialmente vuelta, pero vio la curva rosada de su mejilla bajo el abanico oscuro de sus pestañas—. Fue afectuoso. Fue... bonito. No estaba segura de si alguno de los dos había llegado al orgasmo, pero no tenía la experiencia necesaria para saberlo. Pensé que con el tiempo nos iría mejor.

            «Afectuoso. Bonito.» Acosaban a Peter pensamientos lascivos. La veía desnuda e imaginaba lo que habría hecho con ella de haber tenido ocasión. Los bucles relucientes de su pelo caían como lazos en espiral y no pudo evitar tocárselos, jugar con los sedosos mechones.

            —¿Cuándo te enteraste?

            Lali inspiró profundamente cuando con las yemas de los dedos tocó la curva de su cuero cabelludo y se lo acarició con dulzura.

            —Me contó que tenía una aventura con un hombre, con un abogado de su bufete. No había sido su intención que pasara. No quería herirme, pero a nuestra relación le faltaba algo y nunca había sabido qué.

            —Dado que se acostaba con otro tío es bastante evidente lo que le faltaba —comentó Peter.

            Lali lo miró repentinamente, pero cuando vio en sus ojos un brillo burlón se relajó.

            Deslizando la mano hasta su nuca, Peter se deleitó con la textura fresca y suave de su piel y de los músculos. Era como si la cocina respirara a su alrededor con corrientes de aire dorado que arrastraban el agridulce aroma de la corteza de limón, la dulzura húmeda y fría de las encimeras de madera restregada, el rico olor de los pasteles, la limpia y penetrante canela y el perfume penetrante del negro café. Todo aquello estimulaba el hambre . Era como si Lali formara parte del festín que lo rodeaba y estuviera hecha para ser probada y sentida y disfrutada sensualmente. Lo único que lo mantenía apartado de ella era un resto de honor que estaba a punto de perder. Si se permitía hacer lo que deseaba, si Lali no lo detenía, él acabaría siendo lo peor que le había pasado. Tenía que hacérselo entender.

            —En el instituto yo era el típico imbécil que se habría burlado de ti y te hubiera acosado.

            —Lo sé. —Al cabo de un momento, Lali añadió—: Me habrías llamado «superficial y tonta».

            Como mínimo. Peter estaba furioso con el mundo, odiaba todo lo que no podía tener, y habría odiado en particular a una persona tan amable y tan hermosa como Lali.

            Ella inspiró profundamente antes de preguntarle:

            —¿Eso me consideras ahora?

            Aunque acababa de servirle en bandeja el modo perfecto para poner distancia entre ambos, Peter no se aprovechó de ello. En lugar de eso le dijo la verdad.

            —No. Te considero inteligente. Creo que eres buena en lo que haces.

            —¿Me encuentras... atractiva? —le preguntó dudosa.

            Peter estaba abrumado por el deseo de demostrarle exactamente lo atractiva que la encontraba.

            —Eres terriblemente atractiva y, si pensara que eres capaz de manejar el problema que represento, no estaríamos aquí de pie hablando. Ya te habría arrastrado hasta el rincón oscuro más cercano y... —Calló de pronto.

            Lali lo miró de un modo que costaba interpretar.

            —¿Por qué estás tan seguro de que no podría manejarte? —le preguntó finalmente.

            No sabía lo que esperaba que le respondiera un hombre que no recordaba lo que era la inocencia. La agarró del pelo sin violencia y la obligó a acercar su cara a la suya. Los bucles castaños se le enredaban en los dedos y le hacían cosquillas en el dorso de las mano.

            —Soy un bastardo en la cama, Lali —le dijo en voz baja—. Soy endiabladamente egoísta y un miserable. No soy... amable.

            —¿A qué te refieres?

            No estaba dispuesto a hablar de sus preferencias sexuales con ella.

            —No entremos en detalles. Todo lo que te hace falta saber es que yo no hago el amor con las mujeres, yo las utilizo. Para ti, el amor es cariño, honestidad, dedicación... Pues bien, yo no aporto nada de eso en la cama. Si eres lo inteligente que creo que eres, no pondrás en duda lo que acabo de decirte.

            —No lo hago —se apresuró a decir Lali.

            Apartándole la cabeza apenas, Peter la miró a los ojos.

            —¿En serio?

            —Sí. —Tras una leve vacilación, sin embargo, Lali apartó los ojos, con los labios fruncidos en una sonrisa contenida—. No —admitió.

            —Maldita sea, Lali —exclamó él frustrado, sobre todo porque ella trataba de no sonreír, como si lo considerara un gatito intentando parecer un tigre. Estaba jugando con fuego. No podía comprender ni por asomo la depravación de su vida amorosa. Él se conocía; sabía cómo hacer daño a los demás... Sabía Dios cuán a menudo lo había hecho.

            La diversión que aleteaba en sus labios lo enloqueció. Antes de darse cuenta de lo que hacía, la besó en la boca, sujetándole la cabeza para que no pudiera echarse hacia atrás. Esperaba que se resistiera. Quería asustarla, darle una lección. Sin embargo, tras una leve sorpresa inicial, Lali se apoyó en él sin oponer resistencia, enlazó los dedos entre su pelo y le acarició la cabeza. Peter estaba avergonzado de la fuerza de su propia respuesta. Le habría sido tan imposible apartarla como partir en dos una barra de acero.

            Sabía a azúcar de lavanda. Besos dulces como el perfume del Don Diego de noche, que centraban todos sus sentidos en aquel preciso instante, en aquella única y deslumbrante percepción de placer.

            Se dio cuenta demasiado tarde de que ella no era la única que jugaba con fuego.

            Él también lo hacía.

            Se inclinó para abrazar las curvas y la piel suave como el caqui y el sedoso calor. Su cuerpo era tan exuberante, tan diferente de la delgadez de su ex esposa, que siguió ajustando su abrazo, intentando que encajara más estrechamente contra él, y la fricción voluptuosa lo excitó de un modo insoportable.

            Una vez, siendo todavía un quinceañero, durante un viaje a Westport con amigos para practicar el surf, había calculado mal una ola de casi dos metros, que lo había tirado y hecho rodar como la carga de una lavadora hasta que por fin lo había escupido en la playa, tan desorientado que había tardado unos cuantos minutos en recordar cómo se llamaba. En aquel momento se sentía igual, solo que esta vez quería volver a zambullirse y no volver a salir a la superficie para respirar jamás.

            Le puso las manos en la cintura y las movió hacia arriba, a tientas. Llegó hasta el pecho y se topó con un sujetador de tirantes resistentes, pensados para sostener unas curvas considerables. Recorrió los tirantes con las yemas de los dedos en una lenta caricia hasta sus hombros y de nuevo hacia abajo.

            Lali apartó la boca. Peter se quedó allí¸ respirando entrecortadamente. Ella le sostenía la mirada, sus ojos de un café purísimo, perezosos y penetrantes. No comprendía lo cerca del precipicio que estaba. Se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el delantal y luego se lo sacó por la cabeza. La prenda cayó al suelo. Poniéndose de puntillas, volvió a besarlo, tocándole las mejillas, acariciándolo con ternura. Aquel momento lo perseguiría el resto de su vida: su boca, el ardor con el que había respondido al contacto con ella, el modo en que los momentos transcurrían, a la deriva como las chispas de una hoguera, y se desvanecían antes de que lograra atraparlos.

            Sintió cómo ella intentaba cogerle las manos y tirar de él. Quería que la tocara. ¡Que Dios lo ayudara! Si empezaba, ya no sería capaz de parar. Sin embargo, su voluntad flaqueaba con la oleada de puro deseo y resistirse a ella ya le resultaba tan imposible como hacer que su corazón dejara de latir. Lali lo agarró por la muñeca y se llevó su mano a la parte delantera de la camiseta. Los dedos de él rozaron su pecho, el pezón tieso bajo el encaje elástico del sujetador. Se quedó un segundo sin respiración. Abrió la mano para acunar aquella carne exuberante, acariciando en círculos el pezón hasta que Lali suspiró contra sus labios.

            Peter recuperó su mano y tuvo que agarrarse detrás de ella al borde del fregadero para no perder el equilibrio. Había perdido por completo la calma. Que Lali empezara a darle delicados besitos eróticos en el cuello y tironcitos con los labios no contribuyó a que la recuperara. Su cuerpo era únicamente necesidad y sensaciones. Se inclinó para cogerle los pechos con ambas manos, levantándoselos y estrujándoselos. Lali abrió los ojos al notar la presión punzante, evidente incluso a través de las capas de ropa. Él la atrajo hacia sí, para que notara lo mucho que la deseaba, permitiendo que su parte más dura se desplazara con íntima exactitud contra la parte más blanda de ella, que se estremeció con un ronroneo vibrante en la garganta... hasta que el ronroneo se convirtió en un grito que nada tenía que ver con el placer.

            Los dos habían olvidado la quemadura del brazo y se la había rozado accidentalmente con el hombro. Aquello tenía que haberle dolido endiabladamente y, al darse cuenta, Peter volvió a la realidad. Se apartó y, con cuidado, le sujetó el brazo para mirárselo. La zona de la quemadura, del tamaño de una moneda de veinticinco centavos, estaba morada, con la piel brillante e hinchada.

            Lali alzó la cabeza para mirarlo, con las mejillas y la boca enrojecidas por los besos. Le puso la mano en la cara y él notó la vibración de su palma.

            Ella iba a decirle algo, pero un maullido sobrenatural se lo impidió.

            —¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Peter con la voz ronca, furioso de que lo sacaran de su sueño erótico, con el corazón desbocado.

            Los dos miraron hacia la fuente del sonido, que provenía de cerca de sus pies. Unos ojos verdes los miraban torvamente entre una bola espesa de pelo blanco con el cuello grueso rodeado por un collar adornado con cristales relucientes.

            —Es Byron —dijo Lali—. Mi gato.

            Era un gato enorme de aspecto misterioso con la cara chata y suficiente pelo para al menos otros tres como él.

            —¿Qué quiere? —preguntó Peter, contrariado.

            Lali se inclinó a acariciar el animal.

            —Que le presten atención —dijo con pesar—. Se pone celoso.

            Byron ronroneó en respuesta a sus caricias, rivalizando con el motor de un Cessna.

            —Podrás prestarle atención cuando me vaya. —Peter cerró el grifo y cogió el botiquín. Agradecido por la distracción, lo llevó a la mesa y se sentó, indicando con un gesto la silla de al lado—. Siéntate aquí.

            Lali obedeció, mirándolo perpleja.

            Peter le puso el brazo sobre la mesa con la quemadura hacia arriba. Buscó un tubo de crema antibiótica y le aplicó una gruesa capa, concentrado en la tarea. Le temblaba el pulso.

            Lali se inclinó hacia el suelo para acariciar al gato, que hacía ochos entre las patas de la silla.

            —Peter —le preguntó en voz baja—, ¿vamos a...?

            —No. —Sabía que ella quería hablar del asunto, pero la negación era una destreza perfeccionada a lo largo de generaciones por los Lanzani e iba a serle de la máxima utilidad en aquella situación.

            En el silencio que siguió, Peter oyó la voz burlona del fantasma.

            —¿Seguro?

            Aunque le hubiera encantado darle una respuesta mordaz, guardó silencio.

            Lali estaba desconcertada.

            —Tú... ¿pretendes fingir que lo que acaba de pasar no ha pasado?

            —Ha sido una equivocación. —Peter le aplicó un apósito y pegó los bordes adhesivos.

            —¿Por qué?

            Él no se molestó en disimular su impaciencia.

            —Mira, ni a ti ni a mí nos hace falta conocer al otro más de lo que ya nos conocemos. No tienes nada que ganar y puedes perderlo todo. Necesitas encontrar a un tipo decente con el que salir, alguien que se lo tome con calma, y con quien puedas hablar acerca de sentimientos y todas esas sensiblerías. Necesitas a un tipo agradable, y yo no lo soy.

            —Totalmente de acuerdo —metió baza el fantasma.

            —Así que, por favor, vamos a olvidarnos de esto —prosiguió Peter—. Sin discusiones, sin escenas. Si quieres buscar a otro contratista para la reforma, lo entenderé perfectamente. De hecho...

            —No —protestó el fantasma.

        —Te quiero —dijo Lali, y se puso muy colorada—. Lo que quiero decir es que tú eres la persona adecuada para este trabajo.

            —Ni siquiera has visto los bocetos aún.

            El fantasma daba vueltas a su alrededor.

            —No puedes dejarlo. Me hace falta pasar tiempo en esta casa —le dijo.

            «Que te den», pensó Peter.

            Poniendo mala cara, con los brazos cruzados sobre el pecho, el fantasma apoyó la espalda en la puerta de la despensa.

            Lali cogió unas cuantas hojas de la mesa y las estudió.

            Peter cerró el botiquín.

            —Ese es el aspecto que tendrá la cocina cuando quitemos el tabique y lo sustituyamos por una isla.

            Había añadido todos los elementos de almacenamiento posibles, así como una hilera de ventanas que permitían que entrara la luz natural a raudales.

            —Me encanta lo abierta que es —dijo Lali—. Y la isla es perfecta. ¿Uno puede sentarse a este lado?

            —Sí. Caben cuatro taburetes de barra. —Se inclinó hacia ella para señalarle la página siguiente.

            —Esta es la configuración del otro lado: el cajón para el microondas, el de las especias y una tabla oscilante para guardar el robot de cocina.

            —Siempre he querido tener una —dijo Lali, nostálgica—, pero todo esto tiene pinta de ser caro.

            —En las especificaciones he incluido armarios de los que hay existencias, ya que son mucho más baratos que los hechos a medida. Además, tengo un proveedor que vende excedentes de materiales de construcción, así que ahorraremos en las encimeras. Si el suelo de madera es salvable, eso también redundará en una disminución de los costes.

            Lali cogió más hojas de la mesa.

            —¿Qué es esto? —Levantó un diseño del segundo dormitorio—. Aquí hay un vestidor, ¿no?

            Él asintió.

            —He incluido la opción de convertirlo en un baño completo.

            —¿Un baño completo en un espacio tan reducido?

            —Sí, es difícil. —Peter buscó el boceto del baño y se lo tendió—. No hay espacio para un armario, pero puedo dejar un hueco en la pared con estantes, para las toallas y los productos de baño. Creo que... —Dudó un instante—. Supuse que viviendo con tu abuela probablemente te gustaría tener un poco de privacidad en lugar de verte obligada a compartir el baño principal con ella.

            Lali siguió mirando el dibujo en perspectiva.

            —Es incluso mejor de lo que esperaba. ¿Cuánto tiempo tardarás en tenerlo todo listo?

            —Tres meses, más o menos.

            Ella frunció el ceño.

            —Mi abuela saldrá de la residencia dentro de un mes. Puedo pagar para que siga allí dos semanas más, pero probablemente no más.

            —¿Puede alojarse en la pensión?

            —No está preparada para ella. Hay demasiadas escaleras y, siempre que no podemos alquilar una habitación, perdemos dinero, sobre todo en verano.

            Peter tamborileó con los dedos sobre la mesa, calculando.

            —Puedo dejar el garaje para más adelante y hacer que algunos de los subcontratistas trabajen simultáneamente. De este modo la casa estaría habitable dentro de seis semanas. Pero casi todos los acabados... las molduras, los revestimientos, la pintura... seguirán pendientes, por no mencionar la instalación del aire acondicionado. Tanto ruido y ajetreo seguramente molestarán a tu abuela.

            —Estará bien —dijo Lali—. Siempre y cuando la cocina y el baño principal estén listos, lo toleraremos todo.

            Peter la miró con escepticismo.

            —No conoces a mi abuela —manifestó ella—. Le encantan el ruido y la actividad. Fue reportera del Bellingham Herald durante la guerra, antes de casarse.

            —¡Qué atrevida! —dijo Peter, y lo decía en serio—. En aquella época, una mujer que escribía para un periódico seguramente era una...

            —Descocada —dijo el fantasma.

            —... descocada —repitió Peter, y cerró la boca, sintiéndose un idiota. Fulminó al fantasma con la mirada pero disimuladamente. Descocada ... ¿qué significaba aquella expresión?

            Lali sonrió enigmáticamente aquel término tan anticuado.

            —Sí, creo que lo era.

            —Pregúntale cómo es su abuela —le pidió el fantasma a Peter.

            —Estaba a punto de hacerlo —murmuró este.

            Lali levantó la cabeza del dibujo.

            —¿Qué?

            —Estaba a punto de preguntarte cómo le va a tu abuela.

            —La terapia ayuda. Está cansada de estar en la residencia e impaciente por mudarse. Adora la isla y lleva muchísimo tiempo sin vivir aquí.

            —¿Antes vivía en Friday Harbor?

            —Sí, la casa es suya... siempre ha sido de la familia, pero mi abuela se crio de hecho en la casa de Rainshadow Road, esa que ayudabas a Gastón a restaurar. —Viendo el interés de Peter, continuó—: Los Stewart, o sea, su familia, tenían una fábrica de conservas de pescado en la isla, pero vendieron la casa de Rainshadow mucho antes de que yo naciera. Nunca había puesto un pie en ella hasta que fui a ver a Rochi.

            Peter oyó una imprecación del fantasma y le echó un vistazo. El espectro parecía atónito, preocupado y emocionado.

            —Peter —le dijo—. Todo está relacionado. La abuela, Rainshadow Road, la casa del lago. Tengo que enterarme de dónde encajo yo.

            Peter le hizo un breve gesto de asentimiento.

            —No la fastidies —le advirtió el fantasma.

            —Vale... —murmuró Peter para que se callara.

            Lali lo miró con cara de curiosidad.

            —Está bien —dijo rápidamente Peter—. Si quieres llevarla a Rainshadow Road para que vea la casa, vale. Puede que disfrute de verla restaurada.

            —Gracias. Creo que le gustará. Iré a verla este fin de semana y se lo diré. Así tendrá algo en perspectiva.

            —Bien. —Peter la observó mientras ella seguía mirando los bocetos. Lo conmovía que estuviera haciendo algo notablemente desinteresado como sacrificar un año o más de su vida para ocuparse de una abuela enferma. ¿La ayudaría alguien? ¿Quién se ocuparía de Lali?—. Eh —le dijo con suavidad—. ¿Tienes a alguien para que te eche una mano con esto? Me refiero a cuidar de tu abuela.

            —Tengo a Mery y a un montón de amigos.

            —¿Qué hay de tus padres?

            Lali se encogió de hombros como suele hacerlo la gente cuando intenta encubrir algo desagradable.

            —Mi padre vive en Arizona. Él y yo no estamos demasiado unidos. A mi madre ni siquiera la recuerdo. Nos abandonó cuando yo era muy pequeña. Así que mi padre me dejó con la abuela para que me criara.

            —¿Cómo se llama? —preguntó el fantasma con asombro.

            —¿Cómo se llama tu abuela? —le preguntó Peter a Lali, con la sensación de estar jugando al viejo juego del teléfono, ese en que una frase se va repitiendo hasta que no tiene ningún sentido.

            —Elena. Me acogió en su casa cuando mi padre se fue a vivir a Arizona. Para entonces ya era viuda, porque mi abuelo Gus había muerto unos años antes. Recuerdo el día que mi padre me dejó en su casa, en Everett. Yo lloraba y Upsie fue tan dulce conmigo...

            —¿Upsie?

            —Cuando yo era pequeña —le explicó Lali tímidamente— decía siempre «Upsie-Daisy» cuando me cogía en brazos, así que empecé a llamarla así. Total, cuando mi padre me dejó con ella me llevó a la cocina y me puso encima de una silla para que llegara a la encimera. Preparamos galletas las dos. Me enseñó a hundir los moldes para galletas en harina de modo que luego los círculos de masa salieran perfectos.

            —Mi madre preparaba galletas a veces —dijo Peter sin pensarlo. No tenía la costumbre de revelar nada sobre su pasado a nadie.

            —¿Partiendo de cero o a partir de un preparado?

            —De un bote. Me gustaba mirarla mientras lo golpeaba contra la encimera hasta que se partía por la mitad. —Lali parecía tan horrorizada que sintió un interno regocijo—. No estaban malas —le dijo.

            —Voy a hacerte galletas de mantequilla ahora mismo —le propuso—. Puedo prepararlas en un periquete.

            Peter sacudió la cabeza, apartándose de la mesa.

            De pie en la fragante cocina con su papel pintado de cerezas, Peter observó a Lali ir a recoger su delantal de donde había caído al suelo. Se inclinó hacia él y los pantalones vaqueros se le ajustaron al trasero en forma de corazón. Aquello bastó para que volviera a desearla. Sintió la insensata necesidad de acercarse a ella, abrazarla y sujetarla, simplemente sujetarla y oler su suave fragancia mientras pasaban los minutos durante una hora entera.

            Estaba cansado de negarse todo lo que deseaba, de que lo acosaran y, sobre todo, de recoger los pedazos de su vida y descubrir que la mayoría de ellos ni siquiera los quería. No había aprendido nada de su matrimonio fallido con Darcy. Habían hecho siempre lo necesario para satisfacer sus propias necesidades egoístas, tomando sin dar, sabiendo que era imposible que se hirieran porque las heridas peores ya se las habían infligido.

            —Tómate unos días para mirar todo esto —le dijo a Lali cuando ella volvió a la mesa—. Habla de ello con Mery. Tienes mi correo electrónico y mis números de teléfono por si necesitas comentarme algo. Si no, yo me pondré en contacto a principio de la semana que viene. —Miró su brazo vendado—. Vigila eso. Si parece infectado... —Calló de pronto.

            Lali sonrió ligeramente mirándolo.

            —¿Me pondrás otra tirita?

            Peter no le devolvió la sonrisa.

            Necesitaba entumecerse. Necesitaba beber hasta que hubiera media docena de capas de cristal ahumado entre él y el resto del mundo.

            Le dio la espalda, cogió las llaves y la cartera.


            —Hasta la vista —dijo simplemente, y se marchó sin mirar atrás. 

Continuará...

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