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miércoles, 20 de mayo de 2015

Cap / 11



En la buhardilla de Rainshadow Road había cajas, un arcón de madera desvencijado, unos cuantos muebles rotos y anticuados y restos pertenecientes a varias décadas que habían abandonado los antiguos inquilinos. Peter se preguntó si era conveniente que no le dieran miedo los insectos ni los roedores, porque tenía que haber un montón de nidos en aquel batiburrillo.

            —Creo que debería empezar por ahí —dijo el fantasma desde el rincón opuesto de la habitación.

            —Yo no voy a escalar esa montaña de porquería —dijo Peter, sacudiendo una bolsa de basura de tamaño industrial para abrirla.

            —Pero el material que quiero ver está detrás.

            —Me abriré paso hasta allí.

            —Pero si...

            —No insistas —lo cortó Peter—. No acepto órdenes de un espectro. —Enchufó su móvil a unos altavoces portátiles, junto a la puerta. La aplicación reprodujo canciones de un servicio de radio por internet basado en selecciones hechas previamente. Como el fantasma no dejaba de reclamárselo, Peter había añadido a la lista de reproducción algunas piezas de big band y resultaba que empezaban a gustarle un par de temas de Artie Shaw y Glenn Miller, aunque nada lo habría inducido a admitirlo.

            La voz suave y ronca de Sheryl Crow interpretó una versión lenta de Begin the Beguine. El fantasma iba de un lado para otro cerca de los altavoces.

            —Esta la conozco —dijo complacido, y se puso a tararearla.

            Peter abrió una caja de cartón roñosa. Estaba llena de viejas cintas VHS de películas de serie B. La apartó y sacó una figura descolorida de un búho.

            —¿De dónde saca la gente estos trastos? —preguntó en voz alta—. O mejor: ¿para qué los quiere?

            El fantasma escuchaba la canción atentamente.

            —Solía bailarla —dijo ensimismado—. Recuerdo a una mujer en mis brazos. Era morocha.

            —¿Le ves la cara? —le preguntó Peter, intrigado.

            El fantasma sacudió la cabeza, frustrado.

            —Es como si los recuerdos estuvieran ocultos detrás de una cortina. Lo único que veo son sombras.

            —¿Alguna vez has visto a alguien... como tú?

            —¿Te refieres a otro fantasma? No. —Sonrió sin alegría al ver la expresión de Peter—. No te molestes en preguntarme acerca de la vida después de la muerte. No sé nada de eso.

            —¿Me lo dirías si lo supieras?

            El fantasma lo miró directamente a los ojos.

            —Sí. Te lo diría.

            Peter volvió a lo que estaba haciendo. Desenterró una bolsa llena de botellas y de cristales rotos. Con cuidado, la metió en la caja de las cintas de vídeo. El fantasma cantaba bajito la letra de la canción: «I’m with you once more, under the stars/ and down by the shore an orchestra’s playing...»

            —No sé lo que habrás hecho para acabar así —dijo Peter.

            El fantasma pareció recelar.

            —¿Crees que esto es un castigo?

            —No parece una recompensa, eso está más claro que el agua.

            El fantasma sonrió brevemente y se puso serio de nuevo.

            —A lo mejor es por algo que no hice —dijo al cabo de un momento—. Tal vez defraudé a alguien o desperdicié una ocasión que tendría que haber aprovechado.

            —Entonces ¿por qué estás aquí unido a mí? ¿Qué soluciona eso?

            —Puede que tenga que evitar que cometas el mismo error que yo cometí. —Ladeó la cabeza ligeramente, estudiándolo.

            —Si quiero desperdiciar la vida es cosa mía y no puedes hacer una mierda para evitarlo, amigo.

            —¡Adelante! —fue la agria respuesta.

            Peter sacó una caja llena de carpetas.

            —¿Qué contienen? —le preguntó el fantasma.

            —Nada. —Peter ojeó el polvoriento fajo de papeles—. Parecen apuntes del instituto de los setenta. —Los echó en la bolsa de basura.

            El fantasma volvió junto a los altavoces y canturreó siguiendo Night And Day de U2.

            Las horas iban pasando y Peter movía cajas y llenaba bolsas de basura sin encontrar nada de valor aparte de unos cuantos rollos de papel pintado con un motivo alocado de rayas marrones y círculos verde lima y un máquina de escribir L. C. Smith & Corona en un estuche de espiguilla.

            —Puede que esto tenga algún valor —comentó el fantasma, acercándose a mirar por encima del hombro de Peter.

            —Puede que cincuenta dólares. —La proximidad del fantasma molestaba a Peter—. ¡Eh..., apártate un poco!

            El fantasma se apartó un tanto, pero siguió mirando fijamente la máquina de escribir.

            —Mira dentro de la funda —le dijo—. ¿No hay nada?

            Peter levantó la máquina de escribir y miró debajo de la carcasa.

            —No. —Se desentumeció los hombros y se levantó porque tenía los muslos agarrotados—. Por hoy basta.

            —¿Lo dejas ahora?

            —Sí, lo dejo ahora. Debo preparar los bocetos para Lali y tengo que encontrar un lugar donde vivir antes de que Darcy me saque a patadas de casa.

            El fantasma miró las cajas todavía intactas.

            —¡Pero si queda mucho por revisar!

            —Volveremos mañana.

            La indignación del espectro era palpable, como una nube de avispas furiosas.

            —Unos minutos más —dijo, tozudo.

            —No señor. Acabo de pasarme buena parte del día hurgando entre la basura por ti. Tengo otras cosas que hacer. Trabajo por el que van a pagarme. A diferencia de ti, yo no puedo vivir del aire.

            El otro le respondió con una mirada torva.

            En silencio, Peter ordenó el revoltijo, desenchufó el teléfono de los altavoces, recogió la enorme bolsa de plástico y la arrastró fuera de la buhardilla. Entre los tintineos, los tableteos y los crujidos de la basura, oyó que el fantasma se ponía a cantar la canción que sabía que más detestaba Peter: «I don't like your peaches, they are full of stones/ But I like bananas, because they have no bones...»

            —Deja de cantar esa mierda —le dijo Peter—. ¡Va en serio!

            Pero mientras bajaba al segundo piso, siguió oyendo la insoportable tonada: «Cabbages and onions, they hurt my singing tones/ But I like bananas, because they have no bones!» 

Continuará...

+10 :D

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